Bismillahir Rahmanir Rahim
Continuaremos hablando acerca de la constitución de nuestra alma. Dentro de la sabiduría de los maestros de la tradición del Sufismo se encuentran dos perspectivas: algunos hablan de siete almas, otros, de siete aspectos de una unidad. Para nuestra exposición no resulta relevante hacer una diferenciación de este tipo. Lo importante – como ya señalamos en la anterior exposición – es que, si representáramos estos siete niveles en una figura, podríamos ver que el alma mineral se encuentra al lado de la máxima expresión de los aspectos del alma, el nivel denominado “el secreto de los secretos”, que hemos recibido de Allah (swt). Pues Allah (swt) le dio el espíritu de Su aliento a Hz. Adam (as), y le confirió el conocimiento de todos Sus Nombres.
Como ya hemos comentado, el alma mineral es un ejemplo para nosotros de total sumisión, ¿Por qué? Porque una roca que es puesta en un lugar, jamás puede llegar a moverse, a menos que no sea por una fuerza exterior a ella. Esto representa un ejemplo de entrega total, si entendemos claramente lo siguiente: nuestro objetivo es disponernos en esa sumisión total a Allahu Ta´ala.
Porque evidentemente existen muchas diferencias entre una simple roca y nosotros, que estamos afectados por una gran complejidad de influencias (las que se manifiestan precisamente en nuestras otras almas). Hay que recordar que el lugar concreto de la ubicación del alma mineral es la columna vertebral, que constituye el eje de la estructura de nuestro esqueleto. Sin él seríamos una masa amorfa, una especie de extraño reptil blando, y no un ser humano que se caracteriza precisamente por su postura erecta. Por eso mismo, el ser humano es el khalifa de Allahu Ta’ala en Su Creación, y es la más sublime expresión de todo lo creado. Así nos lo hace saber Nuestro amado Señor, nuestro amado Soberano, nuestro amado Creador.
De tal manera, en tanto es precisamente ésta la posición que Allah (swt) ha determinado para nosotros en la Creación, nos corresponde averiguar cómo podemos hacer para acercarnos a Él, y tenemos que esforzarnos para modificar esos aspectos que nos apartan de Él. De manera que será necesaria una transformación para que haya un equilibrio en nuestro ser. Así como un pedazo de carbón se puede convertir en un diamante, y la arena de la playa sometida a altas temperaturas se transforma en un cristal, del mismo modo es posible la transmutación en nuestra naturaleza, y en niveles muchísimos más sutiles y extraordinarios que los mencionados en el mundo mineral. Ahora bien, para que esos cambios puedan llegar a ocurrir, tiene que haber un equilibrio en nuestras funciones. De no ser así, el organismo se trastorna y el ser enferma. Es decir, si hay mucho énfasis en la parte espiritual pero una total ignorancia en la parte física, ésta enfermará. Quizás alguien esté pensando que esto no es así porque existieron ciertos santos que podían estar muchísimo tiempo comiendo poco o nada, y que Hz. Ibn Arabi (ks) estuvo meses sin dormir, y prácticamente sin dormir, según se cuenta.
Nadie niega estos datos reales de nuestra tradición que nos sirven precisamente para recordar que no hay ningún Ibn Arabi (ks) entre nosotros, y a pesar de que existen sobre la Tierra seres de tal naturaleza, no sabemos quiénes son, ni dónde se encuentran. Si alguno de ustedes tiene conocimiento de dónde se pueden hallar, les pido por favor que me lo haga saber, porque desearía conocer a un ser humano tal y aprender de él.
De modo que para continuar con nuestro relato acerca de los distintos niveles que componen nuestro ser, nos referiremos al alma vegetal.
Esta alma tiene su residencia en el hígado, y está íntimamente relacionada con el sistema digestivo, que regula la alimentación, su asimilación, y el crecimiento corporal. Como resulta evidente, se trata de una función que compartimos con las plantas, una naturaleza distinta de la de los minerales que no necesitan alimento. De tal manera, Allah (swt) en Su inmensa sabiduría, ha colocado en nosotros un tipo de alma análogo al que está en todo el mundo vegetal, en los árboles y las plantas de todo tipo. Y hay que recordar que cuando estábamos en el vientre de nuestras madres vegetábamos de manera idéntica a lo que hacen las plantas en el mundo. Y esto es lo que tendría que despertar nuestro asombro respecto de la extraordinaria inteligencia que reside en este tipo de existencia. Un tipo de inteligencia que habitualmente se nos pasa desapercibida porque no apreciamos los matices de una gran cantidad de aspectos riquísimos de la Creación. Y este aspecto ignoramos, en gran parte, por el especial énfasis que ponemos los seres humanos en el aprendizaje abstracto de las funciones mentales. Pero en verdad no importa cuánto estudiemos y memoricemos, cuántos doctorados obtengamos, porque por nosotros mismos no tenemos el conocimiento que hace digerir una fruta, o crecer los cabellos. Estas funciones se dan en nosotros como producto del funcionamiento perfecto de una inteligencia que se halla en nuestra alma vegetal, sin ninguna intervención de nuestro centro intelectual.
El alma mineral es el lugar desde donde se transmite la energía, del mismo modo en que se produce la luz a través de un cristal, pero las transmutaciones se dan en la dimensión del alma vegetal. La planta acepta esta transmisión de la luz – como en la llamada fotosíntesis – que desciende desde los elementos hasta la tierra. En nuestra alma vegetal se produce la alimentación que genera la transformación, la asimilación de los alimentos, el crecimiento, y todo aquello que nos permite ser como somos. Esta relación del alimento con la luz y la vida se manifiesta de manera riquísima en el libro de la Creación.
Existen peces que viven en lugares del océano donde la luz no llega y han perdido la capacidad de ver. Mientras que, en otros sitios, hay un exceso de estímulos: ruidos, alimentos. Y eso también afecta de manera negativa.
De la constitución de los elementos de la Creación y de la armonía de sus relaciones deriva un profundo y concreto conocimiento que se aplica a la disposición de los hábitos equilibrados en la vida humana. De tal manera, se manifiesta como algo necesario un adecuado balance en la base, en los elementos más simples que hacen a la salud. Recuerdo que cuando Tosun Baba (ra) le preguntó a Hz. Muzaffer Efendi (ra) qué tenía que hacer para comenzar en este camino, con un dergah; Efendi le contestó: “Primero tiene que haber una buena cocina, con rica comida, y los que vengan a alimentar sus estómagos – que es una necesidad básica – quizás escuchen Insha’Allah tus palabras y alimenten su espíritu y se dediquen a convertirse en verdaderos seres humanos”.
Sobre una base sólida se puede edificar un fuerte edificio, en cambio si nosotros tenemos deficiencias vitamínicas, nuestro cuerpo se debilita y se enferma. Y lo mismo que ocurre con nuestra parte física, le pasa a nuestra parte emocional, y a nuestra parte espiritual. Por eso resulta importante un conocimiento de los distintos componentes de nuestro ser y de sus respectivos alimentos.
El alma animal tiene su sede en el corazón. Conocemos muy bien, por propia experiencia, los efectos desastrosos de esta alma animal cuando no está controlada y es inarmónica en sus manifestaciones. El alma animal está ubicada en el corazón y se encuentra íntimamente ligada al sistema circulatorio, y misteriosamente en este ser coexisten el intelecto, las emociones, la parte espiritual conectada a la parte física. Y entre esta variedad de dimensiones se presenta una interdependencia: los aspectos psicológicos y espirituales afectan directamente a nuestra parte animal; y el desequilibrio en nuestro aspecto animal interfiere en nuestra posibilidad de poder evolucionar espiritualmente.
El gran mal del siglo XXI es justamente la tremenda cantidad de información, y nos obliga, si queremos vivir actualizados, a olvidarnos de aspectos mucho más esenciales, simples, concretos, que hacen a la base de nuestra existencia en esta Tierra.
En el alma animal anidan nuestros miedos, nuestras iras, nuestras pasiones. El organismo tiende a moverse hacia aquello que lo compensa, y a apartarse de lo que nos causa miedo o ira, pero el desequilibrio es habitual en todos los seres humanos y cada uno tiene que tener conocimiento de sí mismo para hallar su propia armonía. Hay muchos escritos de nuestra tradición que señalan el desastre que ocurre cuando se instala el descontrol pasional. Un Sheikh Sufí decía: “Si la pasión excede los límites de la moderación, entonces acude la ambición desmedida, la lujuria, el extravío en nuestras acciones, todos los sentimientos negativos.” Pero, si por el contrario no existe pasión o no tiene suficiente poder, entonces estamos en el otro extremo de la impotencia y la desidia de ignorar todo, porque nada nos interesa. De manera que observamos que todo tiene un sentido en la perfecta obra de la Creación de Allah (swt). Y la pasión tiene una bellísima función, muy importante, porque es precisamente el impulso que nos conduce hacia lo alto, lo que nos empuja hacia los límites más elevados. Pero cuando se descarrila nos dirige hacia lo más bajo y lo peor. Por eso tenemos que preguntarnos: “¿Por qué queremos convertirnos en seres humanos?” Queremos convertirnos en seres humanos porque por ese motivo fuimos creados, no fuimos traídos al mundo para ser animales, para estar dominados por nuestras pasiones, para no tener límites.
Existe una historia que ilustra esta cuestión. Un derviche estaba en una esquina justo cuando venía el Sultán con su corte, recorriendo la ciudad. Todo el mundo cuando veía al Sultán, agachaba la cabeza en señal de respeto. Pero cuando pasó el Sultán, el derviche estaba haciendo sus repeticiones del recuerdo de Allah (swt), y siguió concentrado como si nada ocurriera; el Sultán lo vio, se detuvo, y le dijo: “¡Eh, tú! ¿Por qué no haces lo que hacen todos y agachas tu cabeza en señal de respeto hacia mí que soy el Sultán? Pues éste es el puesto que Allah (swt) me ha dado en este mundo.” Y el derviche le dijo: “Lo que sucede es que todos esos que se postraron, que bajaron las cabezas cuando tú estabas pasando, lo hacen o por miedo, o porque quieren algo de ti. Yo no necesito nada de ti, sólo recibo lo que Allah (swt) me envía; y es por eso que no tengo necesidad de postrarme frente a ti, sólo me inclino frente al Creador.” El Sultán estaba escuchando estas palabras y cada vez se enojaba más, la ira le subía, y comenzó a ponerse rojo, los soldados comenzaron a tomar las cimitarras para cortarle la cabeza al impertinente. Pero este derviche, ignorando a propósito todos los movimientos que estaban ocurriendo entre los miembros del cortejo, le dijo: “Además ¿Cómo me pides tú que yo me postre frente a un esclavo?” Y el Sultán le dijo: “¿Ahora me estás llamando esclavo también a mí?” “Es una realidad muy simple – replicó el derviche- tú eres un esclavo de tus pasiones. Basta observar lo que anida en tu alma en este preciso momento.” Los soldados cuando oyeron eso sacaron las cimitarras y ya le iban a cortar la cabeza, pero el Sultán les ordenó: “¡Deténganse! Dejen a este hombre que continúe con sus adoraciones, él está mucho más allá de mi autoridad”.
Insha’Allah que esta corta y muy sabia historia, haya sido una pequeña recopilación de lo que estuve tratando de decir esta noche. Necesitamos trabajo, muchísimo trabajo el resto de nuestras vidas, que toda nuestra conciencia se esfuerce en buscar un equilibrio. Es vital que nuestros estómagos tengan una tercera parte de agua, una tercera parte de comida y una tercera parte de aire en forma equilibrada. Así lo hizo Hz. Muhammad (saws), y es lo que es mejor para nosotros. Por eso todos los ayunos propios de estos meses sagrados son un medio para llevarnos al equilibrio y educar nuestra alma animal.
As Salam ‘alaykum wa Rahmatullah wa Barakatuhu
Sohbet de Hajji Orhan Baba. “El alma vegetal y el alma animal.” Lunes 3-08-2009