El mundo nos lleva de la nariz

 

 

Bismillahir Rahmanir Rahim

 

Muchos de ustedes, en el último tiempo, me ha expresado la preocupación, la necesidad de dominar aquello que normalmente nos domina, que nos lleva de la nariz como al buey, un enorme animal de varias toneladas de peso al que le ponen un aro en la nariz, de donde jalan una cuerda, y el buey, al sentir tal dolor, no hace más que obedecer para que ese dolor disminuya. Nuestro interior está en las mismas condiciones que ese buey, porque el mundo nos lleva de la nariz. Queremos escapar y nos cuesta reconocerlo, pero no es posible evadir su influencia porque estamos en medio del agua, al igual que aquellos peces que se encontraban nadando y se acercan a un pez más anciano, sabio, y le dicen: “¡Oh, anciano, tú que sabes tanto! ¿podrías decirnos dónde está el agua?”

Algunos de los presentes han tenido la enorme bendición de estar en el Hajj y de visitar la sagrada Medina, vieron la que fue la casa de Hz. ‘Aisha (ra), que compartía con Hz. Muhammad (saws). Vieron el lugar donde vivían los Suffah, la gente del banco, y vieron cuán cerca de ellos se encontraba la mezquita.

Nosotros nos encontramos en Hajj en estos momentos, porque ese Hajj es permanente. Es el peregrinaje en este mundo hacia el Más Allá. Y si no vemos esta vida terrenal como un Hajj, quizás estemos perdiendo el tiempo y dejando que estos preciosos minutos de vida se nos escapen sin tener conciencia de ellos.

Al escuchar los detalles de la historia que voy a relatar, Insha’Allah, nos dediquemos a meditar sobre dónde está nuestra estación, nuestro estado comparado con Rabi’ah ibn Ka’b (ra), quien era un miembro de la gente del banco, un Suffah, y vivió al servicio del Profeta Muhammad (saws).

Rabi’ah ibn Ka’b (ra) se encontraba en plena juventud cuando la luz de la fe (imam) brilló en su interior, y su corazón fue abierto a las enseñanzas del Islam. Cuando sus ojos miraron al Profeta Muhammad (saws) por primera vez, lo amó con un amor que poseyó su ser entero. Lo amó más allá de todo y de todos. Esto sucede cuando nos encontramos con un ser especial; y en una muy inferior comparación es lo que pasó cuando conocí a Muzaffer Ozak Efendi (ra), a Sefer Efendi (ra), y a todos aquellos viejos derviches que llegaron aquí a New York, a principio de los años ochenta.

Un día, Rabi’ah (ra) se dijo a sí mismo: “Ay de ti, Rabi’ah. ¿Por qué no te pones totalmente al servicio del Profeta Muhammad (saws)? ¡Ve y sugiéreselo! Si él está satisfecho contigo, encontrarás la felicidad al estar cerca suyo. Serás feliz a través del amor por él y tendrás la buena fortuna de obtener lo bueno en este mundo y en el siguiente.” Se presentó ante el Profeta (saws) esperando que lo acepte a su servicio, y así confirmó sus esperanzas.

Hz. Muhammad (saws) estaba complacido de que quisiera ser su criado. A partir de ese día, vivió en la sombra del Noble Profeta (saws). Fue con él dondequiera que fuera. Se movía a su alrededor siempre y dondequiera que él girara. Cada vez que echaba un vistazo en su dirección, saltaba para estar parado en su presencia. Siempre que él expresaba una necesidad, lo encontraba apresurado para satisfacerla.

Lo servía durante el día, y cuando el día llegaba a su fin, luego de realizar la oración del ‘Isha y el Profeta (saws) regresaba a su hogar, Rabi’ah (ra) pensaba en retirarse. Pero pronto se decía: “¿A dónde vas, Rabi’ah? Quizás puedas ser requerido para hacer algo para el Profeta (saws) durante la noche.” Entonces se quedaba sentado en su puerta y no dejaba el umbral de su casa. El Profeta (saws) pasaba parte de su noche dedicado a la oración. Rabi’ah (saws) oía que recitaba el capítulo de apertura del Sagrado Corán y a veces continuaba recitando un tercio o la mitad de la noche. Eventualmente, al sentirse exhausto y sus ojos no podían resistir el cansancio, se retiraba a dormir.

Era costumbre del Profeta (saws) que, si alguien realizaba una buena acción hacia él, compensar a esa persona con algo aún más excelente. Él quería hacer algo por Rabi’ah (ra) en recompensa por su servicio. Un día se acercó, y le dijo: “¡Oh, Rabi’ah ibn Ka’b! Pídeme cualquier cosa y te la daré, Insha’Allah.” Pensó un poco y después dijo: “Dame un cierto tiempo ¡Oh, Hz. Muhammad, para pensar lo que debo pedir! Entonces te lo haré saber.” El Profeta (saws) asintió.

En aquella época, Rabi’ah Ibn Ka’b (ra) era un hombre joven y pobre. No tenía familia, ni dinero, ni casa. Se cobijaba en el Suffah de la mezquita con otros musulmanes pobres como él. Entonces se le ocurrió pedirle al Profeta (saws) algún bien terrenal que le guardara de la pobreza y, al igual que otros, le proporcionara abundancia, esposa y niños. Sin embargo, pensó: “¡Oh, Rabi’ah, el mundo es temporal y pasará! Tienes tu parte de sustento aquí, el cual Allah (swt) ha garantizado y sin duda te llegará. El Profeta (saws) tiene un lugar con su Señor y no se le rechazaría ninguna petición. Pídele, por lo tanto, que interceda por ti ante Allah (swt) y te conceda algo de la generosidad en el Más Allá.” Rabi’ah (ra) se sentía contento y satisfecho con este pensamiento. Fue donde el Profeta (saws), y éste le preguntó: “¿Qué es lo que deseas, Rabi’ah?” “¡Oh, Mensajero de Allah!”, dijo, “Pido que supliques en mi favor ante Allah (swt), para convertirme en tu compañero en el Paraíso.” “¿Quién te ha aconsejado así?”, preguntó el Profeta (saws). “¡No, por Allah (swt)!,” respondí, “Nadie me ha aconsejado. Pero cuando me dijiste: ‘Pídeme cualquier cosa y te la daré,’ he pensado en pedir algún bien material en este mundo. Pero luego, he sido guiado para escoger entre lo permanente y duradero contra lo temporal y perecedero. Entonces he escogido que le supliques a Allah (swt) en mi favor para que pueda ser tu compañero en el Paraíso.” El Profeta (saws) permaneció en silencio por largo rato y después dijo: “¿Alguna otra petición además de esa, Rabi’ah?” “No, Mensajero de Allah, nada se puede asemejar a lo que te he pedido.” “En ese caso, ayúdame a obtener tu propósito dedicándole muchas plegarias a Allah (swt)”.

Exceptuando las diferencias abismales que existen entre estos seres y nosotros, nos encontramos en una misma situación. Estamos aquí reunidos por una sola razón, e Insha’Allah, esa razón sea válida en nuestras mentes y en nuestros corazones, porque el único propósito de reunirnos es Allahu Ta ‘ala. Y si Rabi’ah (ra), que servía a Hz. Muhammad (saws) debía incrementar sus devociones para que el pedido que realizara el Profeta (saws) fuera otorgado, nosotros debemos hacer lo mismo, porque además tenemos la desventaja de vivir en un lugar donde pocos recuerdan a Allahu Ta ‘ala.

El mundo nos presiona, el mundo ejerce una presión que a veces es intolerable y, sin embargo, con poco esfuerzo, Allah (swt) nos ha otorgado la oportunidad de reunirnos y de estar en Su Presencia.

Alguien le preguntó a Hz. Muhammad (saws) por qué razón Hz. Abu Bakr (ra) era considerado superior al resto. ¿Simplemente porque rezaba más, ayunaba más, daba más caridad? El Profeta (saws) respondió: “No. Nada de todo eso es realmente importante. Lo que importa es lo que él tiene en su corazón.” El amor que Allah (swt) Le hacía sentir por Él y por Su Profeta (saws). Y ese amor no ha tenido igual en la raza humana.

Recuerden que, a pesar de todo, llegará el momento en que dos rakats tendrán el mismo valor que todo un día de adoración de alguno de estos seres tan especiales, que vivían y servían a Allah (swt) y a Su Profeta (saws).

Agradezcan la posibilidad de estar juntos, de poder realizar el salat, hacer dhikr, de poder ejercer vuestra fe y de poder compartir estos beneficios en libertad. En muchos lugares del mundo, esto no es posible.

Cuiden lo que tienen, por favor.

As Salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuh

Sohbet de Hajji Orhan Baba. “Nuestro estado en este mundo.” Jueves 1-04-2010