Intención pura en el Camino

 

 

Bismillahir Rahmanir Rahim

 

En el momento de tomar Shahada y hacer una declaración pública de la fe, el alma está imitando algo que ocurrió al comienzo de la Creación, cuando Allah (swt), les preguntó a las almas: “¿No soy Yo vuestro Señor?” y cada una de las almas creadas respondió: “Sí”.

Los que nos acompañan en ese momento son solamente testigos de esa unión que toma lugar en el momento de la Shahada, y que es algo estrictamente entre el siervo y Su Señor. Es a Él a quien uno se dirige, es Él quien hace las preguntas, y es a Él a quien se le responde.

En el momento en que se hace la profesión de fe, todo, absolutamente todo lo que se haya hecho en el pasado, que sea opuesto a los mandamientos de Allah (swt), es borrado del archivo de nuestra vida, y uno se encuentra en ese momento con la misma pureza espiritual y física que cuando salimos del vientre de nuestras madres. Es por ello que cuando termina la ceremonia todos se abalanzan a abrazar al hermano, porque ese intercambio de alegría es una situación en la cual no solamente estamos contentos por aquel que la hizo, sino que también todos estamos contentos por tocar a alguien que se encuentra en tal estado de pureza. Es tocar lo más básico de la pureza, la más cercana a Allahu Ta’ala.

Muchas veces los derviches que están conscientes de Allahu Ta’ala, salen a la calle cuando llueve y se quedan con las manos abiertas recibiendo el Rahma de Allah (swt), y dejando que cada una de esas gotas que nació hace unos instantes los toque, porque también son puras, también han sido recién concebidas.

Esta religión si se estudia, si leemos y aprendemos los hadices, si leemos y aprendemos el Corán i-Kerim, entenderemos que es el tesoro más increíble que le ha sido otorgado al ser humano. Está muy lejos de lo que se ha presentado en Occidente sobre Islam. Es un tesoro para el ser humano.

Fijémonos que, de los cinco puntos básicos de la religión islámica, una vez que afirmamos y damos testimonio de la Unicidad de Allah (swt) y de que Muhammad es Su Siervo, Mensajero y Profeta, los cuatro pilares restantes están íntimamente conectados en pares.

Durante el Mes de Ramadán, si practicamos el ayuno de acuerdo a lo que está establecido para cada musulmán, esto nos limpia interiormente, tanto física como espiritualmente. Y nos prepara de alguna manera para que dos meses más tarde, si es nuestro destino y es aceptado, podamos una vez en la vida hacer el Hajj, el Peregrinaje a Meca.

El salat, el rezo que debemos hacer cinco veces por día, es la purificación interior, de la misma manera que el zakat, la caridad obligatoria, es la purificación de las riquezas que poseemos.

Aprendamos y leamos acerca de esta religión y encontraremos tesoros que están más allá de nuestra imaginación.

Les voy a relatar tres historias.

En la antigüedad la gente que hacía la intención de ir al Hajj se reunía por regiones, e iban en largas caravanas por el desierto hasta llegar a la Meca, donde está la Ka’aba.

Un peregrino hace su intención y se une a una caravana. Transitaban por una zona muy árida, subiendo por un camino estrecho de la ladera de una montaña, cuando de repente la caravana se detiene totalmente. El peregrino, que estaba casi al final, no entiende por qué se detuvo en un lugar tan peligroso y en una posición tan incómoda. En aquel tiempo los caminos no eran tan seguros, y había gente que no respetaba el peregrinaje y los asaltaban.

Se baja del carro donde viajaba y va hacia adelante para observar lo que sucedía. El guía de la caravana le muestra que había una enorme serpiente cerrando el camino. Los bueyes que tiraban de los carros no querían avanzar. El peregrino, que era un hombre muy devoto y puro interiormente, se pregunta: “¿Qué es lo que querrá esta enorme serpiente?” La serpiente no se movía en absoluto, e incluso miraba desafiante a la caravana. El hombre pensó que, quizás, la serpiente tendría sed. Toma su bota, la llena de agua, y con una espada en su mano derecha y el recipiente de agua en su mano izquierda se acerca a ella, y le dice: “Toma, bebe, quizás estés sedienta”.

La serpiente inmediatamente vio el agua, la bebió y se fue. La caravana continuó su camino.

Pasó el tiempo y, Alhamdulillah, llegaron a la Ka’aba. Hicieron el Hajj y todos estaban muy contentos, porque es la segunda oportunidad para un musulmán de obtener esa pureza que ya ha disfrutado en el momento de la Shahada.

Todos regresaban más puros, en un estado de total alegría porque significaba una trayectoria única, ya que en aquellas épocas para quien vivía lejos, realmente se hacía una vez en la vida. Hoy es más fácil ya que hay aviones y quizás podremos llegar a realizarlo mas de una vez.

Cuando estaban regresando la caravana se detiene, realizan todos el Salat Al-Maghrib, comen y llega la hora del Salat Al-‘Isha, el rezo de la noche. Este peregrino tenía una gran necesidad de estar solo y se aleja bastante de la caravana, hacia un lugar donde nadie lo veía. Realiza su salat y tiene un momento de comunicación muy íntima con Su Creador, pero el cansancio lo vence y se queda dormido.

A la mañana siguiente, cuando se despierta, ya casi media mañana, mira y no ve ninguna caravana ni a ningún otro ser humano en muchos kilómetros a la redonda. Se encontraba absolutamente solo, sin comida, sin agua, sin su espada, no tenía nada con él, solamente su alfombrita de rezo.

Y así, en ese estado de desesperación, mientras miraba para todos lados, de repente ve a dos camellos que se acercan. Mira nuevamente, y ve que el primer camello era su camello, la montura con la cual había realizado todo su trayecto, pero al segundo no lo reconocía. Luego de estar tantos meses viajando con la caravana conocía todos los camellos de la misma, y este camello era desconocido para él, pues no había estado antes con ellos.

Los camellos se acercan, y el segundo camello abre su boca y dice: “No te preguntes más. Simplemente móntame, que te llevaré de regreso hacia donde está la caravana”. Increíblemente sobrecogido por la situación, obedece, y monta el camello. Esto era algo que jamás hubiera esperado y, montado sobre el camello, toma las riendas y los tres van hacia la caravana.

En un momento le dice al camello: “Tengo que saber quién eres. ¿De dónde vienes? ¿quién te envió?” El camello le responde: “Yo soy el producto de tus acciones. ¿Recuerdas que le diste agua a una serpiente en el camino hacia Meca y calmaste su sed? Bueno, yo soy ese acto de caridad”.

La segunda historia tiene que ver con ‘Umar ibn Abdul Aziz, un Sultán del Califato Omeya. Como ustedes saben, cuando un musulmán muere se le da la última ablución. Un día muere un devoto musulmán, y mientras lo estaban lavando, ven que la vena de su cuello latía, entonces se dieron cuenta de que no estaba muerto. Llaman a un médico, y este hermano lentamente regresa a sus sentidos y se levanta. Todo el mundo se le acercó a preguntarle qué es lo que había visto en ese lugar entre la vida y la muerte. Y él dice: “Vi en un momento, que había un grupo de gente reunido y uno de ellos era el profeta Muhammad (saws), que estaba sentado junto a Hz. Abu Bakr (ra) a su derecha, Hz. ‘Uthman (ra) a su izquierda, y frente a él, muy cerca, había un ser que emanaba una luz muy intensa. Me sorprendí y quise saber quién era aquel que tenía una relación tan cercana con el Profeta (saws). Le pregunté a un ángel que estaba conmigo, y él me dice: ‘Pero, ¿no lo reconoces? Ese es ‘Umar ibn Abdul Aziz.’” Y cuenta la historia:

‘En una época muy difícil para el Islam, este Califa había reinado con mucha justicia, y trató con todo su poder de respetar y de hacer respectar la Ley Sagrada. Tal es el rango de aquel que hace valer su religión’”.

Por último, la tercera historia, que la relaté hace poco.

Es la historia de un derviche que se consideraba mucho más rico que el Sultán. Un día el Sultán estaba caminando con toda su corte por la ciudad, y decide entrar en uno de los negocios que había en el camino. En el negocio todo el mundo al verlo se inclinaba ante él en señal de respeto. Allí había un derviche, sentado tomando té, y cuando el Sultán pasa a su lado no le presta ninguna atención. Esto molestó mucho al Sultán, ya que después de todo era el rey supremo de ese lugar, y con mucho fastidio se da vuelta y le pide a su Visir que le enseñen buenos modales al derviche.

El derviche sin molestarse se dirige al Ministro y le dice: “Dile a tu maestro que ejerza su autoridad sobre la gente de este mundo que la necesita. Por mi parte, no tengo respeto ni necesidad de nadie, sino de Allahu Ta’ala. No dejes que nadie presuma que pueda poner su autoridad sobre un pobre hombre que ha tornado su rostro hacia el otro mundo. No espero ni necesito nada de este mundo ni del Sultán”.

El Sultán, al darse cuenta de quién era este derviche, lamentó la orden que había dado, y le exige al Visir que lo trate con mucho respeto y generosidad, y también le aclara que el derviche podía pedir lo que deseara. El Visir se acerca al derviche, y le dice: “Ya has oído la orden del Sultán, ¿qué es lo que deseas?” El derviche responde: “¿Cómo es posible que un hombre libre le pida algo a un esclavo? Yo soy libre y el Sultán es un esclavo”.

El pobre Sultán, con su ego muy castigado en ese momento, dice: “Yo soy un esclavo, ¿eso es lo que dices?” El derviche responde: “Sí, tú eres esclavo de tus propias pasiones. Tú eres un esclavo de tu ego. Puede que seas rey de la gente de esta tierra, pero eres un esclavo de tu ego y de la parte baja de tu naturaleza humana. Tus órdenes y tus deseos son válidos para cosas de este mundo y para aquellos que necesitan de ti. Como yo no necesito nada de ti ni de ningún otro ser en este mundo, sino sólo de Allahu Ta’ala, esa prisión de la pasión quedó atrás en mi camino. He sido liberado y, como tú bien sabes, un hombre libre no debe pedirle a un esclavo, sino que el esclavo debe pedirle al hombre libre”.

Estas son algunas de las opciones que uno puede encontrar en este Camino de reencuentro conciente con nuestro Creador si nuestra intención es sincera, y si a medida que adquirimos conocimiento lo ponemos en práctica. Porque si adquirimos conocimiento y no lo ponemos en práctica, es como si fuéramos un burro a quien cargamos con mucha leña y al final el peso le parte la espalda: es una actividad inútil.

La mejor ‘ibada, la mejor devoción, es servir a la Creación de nuestro Creador, y eso se hace a través del ejemplo, convirtiéndonos en mejores seres humano cada día, un poco mejores todos los días, sin detenernos.

Dicen aquellos que saben: “Si el ser humano realmente se lo propone, si su intención es sincera y Allah (swt) le concede la gracia de aceptar esa intención, el hombre puede alcanzar niveles espirituales más altos que el de los ángeles”.

 

As Salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuh

 

Sohbet de Hajji Orhan Baba. “Importancia de la intención al aceptar Islam.” Miércoles 2-12-2009