Bismillahir Rahmanir Rahim
Hoy quisiera hablar de un ser, ni siquiera como nosotros, estoy hablando de seres comunes, de nombre Logocho. Vive en un lugar del mundo donde uno puede tratar de obtener lo mínimo necesario para mantenerse vivo. Me refiero a Sudán del Sur, y quiero dejar perfectamente claro que esta charla no tiene que ver con ningún tipo de política, porque nosotros no nos metemos en esos temas. Él es solamente el ejemplo de lo que llamo un derviche cristiano.
Logocho nació en una de esas tantas aldeas que existen en África. Para darles una idea Sudán del Sur es todavía parte del país que se llama Sudán, en el norte, la parte más árida la ocupan los árabes musulmanes, que son quienes dirigen el país desde Jartum, la capital. La parte sur es el comienzo de lo que se llama sabana, donde hay aguas, pantanos, árboles. Es decir, que la zona desértica termina ahí donde comienza Sudán del Sur, es una línea, un paralelo todo a través de África.
Sudán es un país que fue parte del Imperio Otomano. Y Sudán significa, simplemente, “la gente negra”. Los ingleses toman este país enorme y juntan el norte y el sur, y digo juntan porque unen algo que era muy islámico y conservador en el norte con un grupo de gente en el sur de Sudán, que eran tribus animistas. Ustedes saben que los animistas son aquellos que creen en espíritus que habitan en cosas en el mundo que nos rodea. Y dicen algunos, hay mucha discusión sobre esto, que es un esbozo de religión que se remonta a los orígenes de los hombres. Por supuesto, esos conceptos académicos están en conflicto con nuestras creencias. Sin embargo, el animismo es algo que está muy distribuido en todas esas regiones que nosotros entre comillas llamamos primitivas.
Logocho nació en una de esas tribus del sur, los llaman nuers. Las prácticas de esta gente son muy simples. Toda su vida gira en torno del ganado, de vacas. Éstas y la gente forman una unión muy interesante, porque de niños toman la leche directamente de las ubres de las vacas. Juegan con las vacas, les ponen nombres. El animismo está relacionado con todo esto. La vaca es el elemento más importante, la riqueza de cada familia. Si un hombre no tiene vacas no se puede casar, porque no tiene dote. Las vacas es el centro de sus vidas y cuidarlas es parte de la tradición de todos los niños desde tiempo inmemorial. Uno se casa para tener hijos, para poder cuidar más ganado, y así sucesivamente se van multiplicando las tribus y el número de cabezas de ganado.
La lucha entre estas tribus tiene que ver con robar unas las vacas de las otras. Logocho nace en una de esas tribus, pero él tuvo una vida muy particular. Su madre tuvo mellizos, y al tiempo uno de ellos se muere. Luego ella queda nuevamente embarazada y nace Logocho. Era parte de un grupo familiar numeroso. Pero Logocho tenía una particularidad, le gustaba estar con los animales y tener esa conexión tan íntima con la vaca. Él quería cuidarlas. En esas tradiciones los padres querían tener hijos varones para que cuando crezcan los ayuden a cuidar su rebaño. A Logocho le tocó quedarse en su casa con las mujeres. Y mientras vivió su abuela, la madre de su padre, la ayudaba a sembrar; ella sembraba diferentes vegetales. Era una región bastante fértil del sur de Sudán. Muchos de los que cuidaban esos animales venían a pedirles comida, y lo que ella tenía lo distribuía.
Sin embargo, el padre estaba muy enojado con la actitud de Logocho porque él no quería cuidar las vacas.
Un día, Logocho tenía nueve años, a todos los chicos de esa tribu les hacían cicatrices en las cabezas y las caras. Logocho no quería que se lo hicieran. Y en ese momento, a sus nueve años, el padre lo saca de la casa, lo tira al piso, y un amigo del padre, alguien que tenía las cualidades del curandero, en un movimiento le inserta un cuchillo en medio de los dos dientes y le quita uno de los frontales inferiores, y vuelve a insertarle el cuchillo y le rompe el otro, a lo que su padre le dice: “Ahora pareces un miembro de nuestra tribu”, y se va. El padre no quería saber nada con un hijo que no quería cuidar vacas.
En cierta ocasión un curandero predice que la familia iba a tener grandes desgracias. Al tiempo, una hermana muere de malaria, otra hermana muere de disentería, al poco tiempo una epidemia mató a todas las vacas de la familia, y finalmente muere el padre.
Estamos en África, en un país muy primitivo en cuento a infraestructura, es un país tribal. La madre de Logocho, desesperada, sin animales, lo envía a vivir con un tío que estaba bastante lejos de donde ellos vivían, en otro pueblo. Y ahí se va Logocho. El tío lo ve con esa actitud de no querer cuidar las vacas, y le gritaba y lo maltrataba, no sabía qué hacer con él.
Pasan dos o tres años, ya Logocho tenía doce, y aparecen miembros del ejército que estaba luchando contra los árabes del norte para convertir en este Sudán del Sur en un país. Y vale la pena mencionarlo, el año próximo, va a existir un plebiscito por el cual si la gente del sur vota a favor tienen derecho a convertirse en un país independiente del norte.
Un día en el cual la vida de Logocho cambia, aparecen soldados del ejército revolucionario del sur pidiendo comida. Logocho les da algo de carne y luego ellos van a ver al tío, y éste les da un animal vivo para que se lo lleven y puedan comer.
Logocho vio el miedo en los ojos del tío cuando los soldados le pedían comida. Éstos le ponen cinco balas a Logocho en la mano, y él le da tres al tío y se queda con dos. Luego consigue un arma prestada y se va a tirar un par de tiros, y toda esa situación despierta en él el deseo de unirse a esa gente. Así es que Logocho va al campamento donde estaban todos los soldados, y recuerden que eran gente que estaba muerta de hambre en medio de una guerrilla. Vivían de la caza y de la pesca, literalmente. No tenían otra manera de sobrevivir.
Finalmente, los jefes ordenan a todos estos grupos dispersados por todo el sur de Sudán, comienzos de la década de los noventa, a que vayan a un refugio. Y así comienza una jornada de doce días a través del sur de Sudán dentro de Etiopía, con permiso del gobierno etíope, por supuesto. Llegan a un río. Los más jóvenes eran un grupo muy grande de varios cientos, chicos de otras aldeas venían y se unían y querían ser soldados. Los soldados que pertenecían al ejército de liberación los pusieron en el medio y ellos, a los costados, los iban cuidando. Los soldados les ordenan que no se muevan, levantan sus armas, había rinocerontes del otro lado y matan a cuatro. Cruzan y comienzan a asar y comer la carne de los rinocerontes. Al poco tiempo, y luego de comer la carne de rinoceronte, se les cierra el estómago y comienzan a vomitar, pero por sobre todo a tener diarrea. Y Logocho recuerda cómo había muerto una de sus hermanas, de disentería, una inflamación de los intestinos que de acuerdo a su severidad entiendo que puede ser fatal.
Entonces Logocho empieza a deshidratarse. Llega un momento en que no podía caminar más y se queda al borde del camino porque pensaba que se iba a morir. Algunos de los que estaban en esta columna que iban hacia el campo de refugiados, decían: “¡Déjenlo! ¡Abandónenlo ahí!”, pero un pariente lejano de él corre, va hacia atrás a buscar agua, se la trae, la bebe. Al rato, Logocho se levanta y continúa caminando. Pasó experiencias terribles en diferentes lugares. Pasaron por zonas donde había elefantes que los iban a pisar.
Por último, llegan al campo de refugiados. Logocho pensaba que cuando llegara podría ser miembro de la guerrilla, y detentar el poder que le otorgaba tener un arma y un uniforme. La imaginación de un chico de doce años.
Logocho estaba tan débil que no podía sostener el rifle y les dicen los demás que tenía que aprender las reglas militares, de entrenamiento y que, con el tiempo, Insha’Allah, podría estar más fuerte y ser un soldado.
Interrumpo la historia para hablar de otra persona, un tal Roger Winter, quien era un norteamericano que se dedicaba a ayudar a gente necesitada. Y él va a estos lugares al sur de Sudán, con organizaciones de beneficencia y ve las condiciones en que vivía esta gente, sin nada. en estas guerras no mueren veinte, cincuenta o mil, mueren cientos de miles.
Este Roger Winter da vueltas a través de los años y decide en un momento que lo que él vio en el sur de Sudán lo llevó a dedicar sus próximos años a ayudarlos a que salgan de eso, a convertir ese lugar del sur tan caótico, tan terrible en una democracia, en un país. Y este hombre, de una manera increíble, con todo su esfuerzo, sin demostrar jamás cansancio, dedica horas y horas y días y años a ayudar a ellos a organizarse de esa manera.
Un día llega a un pequeño pueblito llamado Itti. Dicho pueblo está ubicado en el lado este de Sudán del Sur, muy cerca de la frontera con Etiopía. Y ve que, en una iglesia muy precaria, bajo un techo, se habían juntado trescientas personas a rezar. Y había un joven llamado Simón que tenía un magnetismo increíble y hablaba como lo hizo Pablo acerca del poder y el perdón de Dios, y la paz que estaba más allá de la comprensión humana.
A este americano el sohbet de Simón le tocó el alma, y decide quedarse a conversar con él.
Continuando con Logocho, finalmente se convierte en soldado, le dan un arma, pero él nunca pudo tirarle a otro ser humano, no podía matar. Así que luchaba contra todos, pero nunca disparando, nunca mató a nadie.
Pasan los años, y un día en un campamento encuentra la Biblia de un amigo y comienza a leerla, y cuando lo hace dice: “Este es mi camino. Para esto yo sirvo”, porque él había visto los horrores de la guerra, a gentes, a sus amigos morir destrozados por balas, explosivos, enfermedades. La muerte había sido su compañera por muchos años.
No obstante, leyendo la Biblia conoce a un ministro presbiteriano, quien lo envía a Etiopía a estudiar más inglés y a aprender más la Biblia. Y eventualmente regresa a su país, y este ministro presbiteriano lo bautiza y le pregunta si quería conservar su nombre o quería cambiarlo, y él dijo: “No, de ahora en adelante me voy a llamar Simón.” El mismo Simón que conoce este americano años más tarde en esa parroquia donde había trescientas personas escuchándolo.
Aquellos que hayan leído un poco la historia de África creo que comprenderán que esto ha sido un milagro que terminara así.
Cuando el americano pregunta a la congregación de trescientas personas en qué podía ayudar, y que tenía medios para poder hacerlo, ellos en vez de pedir dinero para el edificio, para comida, o para sus propias mejoras y demás, le piden, por favor, que ayude a Simón a educarse más. Y este americano se encarga de que Simón vaya a una universidad teológica y que finalmente regrese a ese pueblito, Itti, para continuar hablándole a la gente del Creador, a enseñarles el camino de la corrección.
Si observan las cosas que le ocurrieron a Simón, él pasó las tres pruebas: perdió a su familia, perdió lo poco que tenía con respecto a riquezas, y se enfermó casi a punto de morir, perdió la salud.
Como ustedes ven Allah (swt) elige a quien elige, en donde se encuentre, y ese es un ejemplo por lo menos para mí. La historia de Simón tocó mi corazón, y él vive. Es una historia real. Vive y continúa en esa pequeña iglesia de un pequeño pueblito llamado Itti, en un territorio que todavía no es un país independiente. No se pudo casar y sigue soltero. Pero todos en el pueblo lo saludan y lo quieren como el ser carismático que terminó siendo. ¿Cómo hizo todo eso nuestro Simón, el de la historia verdadera? Allah (swt) lo guió sin ninguna duda, pero Allah (swt) puso en su corazón aprender sobre su camino, de la misma manera que lo puso en nuestros corazones.
Cuando hace un tiempo atrás hablé de la riqueza en la cual vivimos, bueno, comparen el estilo de vida que nosotros tenemos con esa gente allá, con esa gente que tiene que luchar por un sorbo de agua, por un pedazo de carne, rogar para que llueva, en algún lugar para que crezca un vegetal que puedan llegar a comer.
Nuestro hermano dio un hermoso sohbet sobre la purificación del Hombre Perfecto, e imagino que habrá puesto énfasis en los últimos tres de esos doce nombres: “¡Ya, Wahid! ¡Ya, Samad! ¡Ya, ‘Ahad!” Los tres Nombres que hablan del Tawhid de Allah (swt).
Nosotros tenemos muchas historias sobre quienes ascienden a la posición de Qutub, en ese Reino Divino que está aquí en la Tierra. Y recuerden que, al menos, en una oportunidad el Qutub fue un creyente cristiano, en el cual el Tash de Qutub fue depositado. El Tawhid es para todos los seres humanos, para toda la Creación.
Nosotros no vivimos en un lugar desolado, no nos falta agua, no nos falta comida, no nos falta nada. Nuestro trabajo y los esfuerzos que son necesarios para alcanzar la unión con el Creador quizás sean más difíciles de luchar contra la tentación de todo lo que nos rodea, tenemos que luchar con el exceso que algunas cosas nos presentan. Lo único que tenemos es el Camino y en ese Camino el dhikr es lo único que nos va a permitir remover esas cosas, y alcanzar algunos de esos estados. Como dijo nuestro hermano en su sohbet: “Los ‘alims hacen imágenes. El derviche, el místico pule el espejo de su corazón para que la Verdad sea reflejada en él.” Recuerden eso y a Logocho Simón cuando estén disconformes con algo, cuando se quejen con lo que Allah (swt) les ha dado en todos los aspectos.
As Salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuh
Sohbet de Hajji Orhan Baba. “Historia de Logocho Simón, un derviche cristiano.” Jueves 21-10-2010