Bismillahir Rahmanir Rahim
Aquel que transita este camino, transita el “Camino del Amor”. Transita un camino en el cual el ser se entrega en cuerpo y alma al Creador y la búsqueda, como muchas veces hemos repetido, es una búsqueda interna.
La sutilidad de esta búsqueda se incrementa a medida que uno avanza en este camino. Pero antes de entrar en estos estados sutiles lo primero que tenemos que hacer es eliminar las cosas básicas, las que nos atan a este mundo. Sea lo que fuere: ir a un quiosco a comprar las revistas para enterarnos de la chismografía sobre los artistas o la gente pudiente y famosa en nuestro país, donde pasamos horas o minutos de nuestra vida adquiriendo información que no sirve absolutamente para nada. De esta manera realizamos cantidad de cosas en contra de nuestro bien. No porque hayamos comprado la revista, comprarla está bien porque ayuda a que alguien se gane su sustento. Es el malgastar el tiempo en el contenido de la revista que a la mente no ayuda para nada. Y eso ocurre cuando nos ponemos a leer un material que no nos ayuda a mejorar, a desarrollar nuestro estado espiritual.
En la antigüedad utilizaban un sistema de provisión de agua en que los peones se ganaban su sustento proveyéndola. En una oportunidad un hombre pudiente le pedía a uno de los peones que todos los días fuera a su casa, retirase dos jarrones, los llenase de agua y los trajera para su uso familiar.
Diariamente, el aguatero llevaba a esta familia pudiente las dos tinas llenas de agua pura; al día siguiente las retiraba ya vacías y regresaba al lugar del agua pura para llenarlas. Un día una de las tinas se agrietó. El hombre las llenó y, en el camino de regreso, la tinaja empezó a perder gotas, y al llegar a la casa la pérdida era casi la mitad del agua que había cargado. El aguatero cobraba una suma de dinero por la cantidad de agua acarreada, y así día tras día.
La propia tinaja estaba muy preocupada, perdía cada vez más agua y el aguatero no lo advertía; y ella no podía hacer nada para controlar esa pérdida de agua. Transcurrieron los días, las semanas y los meses, y esta situación anormal continuaba, sin que el aguatero pudiera remediarla por su ignorancia de la fisura existente.
La tinaja pidió a Allahu Ta’ala que le permitiera expresarse para poder contarle al aguatero que en realidad sólo llevaba una tinaja y media de carga.
El aguatero, cuando escuchó el relato, se sonrió y le dijo: “No te preocupes.” Las llenó nuevamente de agua y las llevó de regreso a la casa perdiendo la mitad del contenido en el camino. Finalmente, la tinaja preguntó: “Dime, ¿continúas cobrándole a tu cliente lo mismo que cuando la traías llena?” Él respondió: “Por supuesto que no.” Y la tinaja preguntó: “¿Y por qué nunca me lo hiciste saber?” “Voy a mostrarte algo”, dijo el aguatero. Recogió a la tinaja y regresó a la fuente, la llenó de agua y mientras fue de regreso hacia la casa, le dijo: “Observa a ambos lados del camino, ¿qué ves?” “De un lado veo flores.” Respondió la tinaja. El hombre volvió a preguntar: “Y del otro lado, ¿qué ves?” “Nada”, dijo la tinaja. “Bueno”, le dijo el aguatero: “¿Sabes cómo están esas flores en el camino?” La tinaja contestó: “No.” “Las flores están allí porque sabía que perdías agua. Traje semillas y las fui plantando en el camino, y mediante el agua que tu vertías, nacieron esas flores”.
Así es este camino. Debemos entender la sutileza de nuestro retorno hacia Allahu Ta’ala.
En una ciudad de Arabia, había una pareja que, ya entrada en años, estaba preocupada porque no tenían un hijo a quien pudieran delegarle la función de ser el cabeza de la tribu a la cual pertenecían y que el hombre lideraba. El hombre hizo traer a los mejores médicos y probó todo tipo de métodos que posibilitaran la procreación de un hijo. Finalmente, la esposa le propone al marido: “¿Por qué no le pedimos a Allahu Ta’ala que nos ayude en esto? Quizás Él nos escuche.” Él le respondió: “¿Por qué no?” Y se arrodillaron a pedirle al Creador que bendijera su casa con un ser que fuera creyente, que fuera un servidor, virtuoso y devoto. Pidieron y pidieron. Finalmente, su rezo fue aceptado y de esa unión nació un niño a quien llamaron Qais.
Qais creció de una manera ejemplar. Ya sabían, desde pequeño, que era alguien que poseía grandes virtudes. Muy inteligente, hermoso en su apariencia y aprendía todo rápidamente. Estamos hablando de la Arabia de la Edad Media, en que los varones tenían que aprender el arte de la guerra. Él se destacaba en todo. Y llegó el tiempo en que debía iniciarse en la educación formal. El padre, inmensamente agradecido al Creador por haberle otorgado un hijo, construyó una escuela e hizo traer a los mejores maestros de toda Arabia, e invitó a los hijos e hijas de las mejores familias de ese país para aprender en dicha escuela.
Él quería la mejor educación para su hijo y pensaba también educar a los líderes del futuro. Entre todos aquellos que asistieron a esa escuela llegó una niña de cabello largo negro, hermosos ojos oscuros, vivaz e increíblemente hermosa. Su nombre era Layla, que significa “noche” en árabe. Era increíblemente atractiva.
Desde el primer momento en que pudieron verse, Qais y Layla tuvieron una atracción inmediata. Se miraban y no podían apartar los ojos el uno del otro. Cuando sus amigos estaban jugando o intercambiando palabras, ellos no hablaban: simplemente se miraban. Esa amistad, ese cariño, ese aprecio, con el correr de los años se transformó en una pasión que los agobiaba, que llenó todo su ser. Layla ya tenía doce años, y en la Arabia de aquella época era común que se pidiera la mano a los padres de la niña hasta la mayoría de edad. No significaba que se casaran como hombre y mujer, pero cuando se hacían esos arreglos, las niñas quedaban prometidas a quien pidió su mano, como futura esposa.
Esa amistad pronto se convirtió en algo más, en algo que todo el mundo comenzó a notar. Los padres de Layla no podían permitir una relación amorosa que estuviera en boca de todos, y decidieron retirar a Layla de la escuela. Qais se desesperó. Su corazón se rompió en mil pedazos y, ya adolescente, no podía soportar estar separado de Layla, a tal punto que cuando sus compañeros le preguntaban qué pasaba, él sólo podía hablar de ella. Sus palabras, sus pensamientos, sus acciones, estaban conectados a Layla.
En la desesperación, decidió mudarse al pueblo vecino donde Layla vivía. Se construyó en lo alto de una colina que miraba al pueblo, una casa hecha de barro y de paja, y allí pasaba sus días, mirando hacia el pueblo, anhelando quizás, en algún momento, poder llegar a ver a Layla por alguno de los caminos. Pero Layla permanecía encerrada en la casa porque los padres sabían que era la única manera de mantenerla separada de Qais.
Qais, entretanto, aspiraba el viento del oeste porque sabía que pasaba por el pueblo de Layla y que ese viento había acariciado a su amada. Tomaba flores y tiraba los pétalos sobre la huella que descendía al pueblo, porque quizás Layla, en algún momento, vería flotar esos pétalos y quizás se daría cuenta que provenían de él.
Pasó el tiempo, las semanas, los meses. El padre de Qais le pedía acongojado que regresara a su casa. Qais no prestaba ninguna atención. Todo su sueño, toda su atención, toda su mente, estaban con Layla. Y poco a poco se fue convirtiendo en alguien salvaje. Gente que pasaba por la zona lo iba a ver y él sólo les hablaba de Layla.
La gente del pueblo comenzó a llamarlo Majnun, por su apariencia de “loco”, por su lenguaje incomprensible, ya que nadie podía entender cómo alguien podía concentrar todos sus pensamientos en el ser amado, pues no existía nada más para él. Pensaban que estaba loco, loco de amor: Majnun.
El padre desesperado pensó largamente en qué solución podía darle a este tema. Mientras tanto, los compañeros de escuela de Qais, muy preocupados por todo lo sucedido, decidieron ir a verlo. “Lo que vamos a hacer es ayudarlo a que vea a Layla de alguna manera”, dijeron. Él estaba desesperado por volver a acercarse a ella. Entonces, entre todos, decidieron vestirse de mujeres para poder entrar en la casa de Layla.
Disfrazados de mujeres, sus tres compañeros y él, debían entrar en la casa de la familia de Layla. Nadie prestaría atención pensando que eran doncellas de Layla. Cuando llegan a acceder a los aposentos interiores, los tres compañeros permanecieron afuera. Majnun abre la puerta, y encuentra a Layla que lo estaba esperando, sentada sobre su cama vestida con un atuendo de color turquesa, que contrastaba con sus cabellos y sus ojos negros; sus mejillas lucían rosadas de alegría. Lo único que pudieron hacer fue mirarse embelesados.
Entretanto, una de las doncellas de la familia, vio a esas mujeres de apariencia extraña paradas frente a la puerta de Layla, y llamó a la madre, quien dio aviso a los guardias. Cuando estos llegaron, Majnun y sus amigos habían desaparecido. Tras interrogar a Layla sobre lo ocurrido, lo único que encontraron fue silencio y una sonrisa. Layla, jamás habló del amor que sentía por Qais con ningún ser humano.
Mientras tanto, el padre que deseaba recuperar a su hijo, decide preparar una caravana cargada de cosas valiosas: telas, joyas, perfumes, incienso e ir a pedir la mano de Layla a su familia. Es bien recibido y ambos padres encuentran mucha armonía entre ellos. Cuando empiezan a hablar sobre el posible casamiento, el padre de Qais dice: “Tú sabes que, para una unión, hacen falta sólo dos cosas: amor y riqueza. Amor, sabemos que existe. Yo puedo asegurarle que ellos tendrán suficientes riquezas de manera que nunca les falte nada”.
El padre de Layla escuchó con mucha atención, y le dijo: “No tengo nada en contra de Qais y sé que tú eres una persona muy honorable, pero te pido que te pongas en mi lugar. Si yo fuera el padre de Qais y tú el padre de Layla, ¿darías a tu hija en matrimonio a alguien que vive como los animales, en una choza, que no se ha aseado en meses, que habla solamente de amor y tiene una conducta muy extraña?” ¡Qué podía responder el padre de Qais! Había sido un ser muy inteligente, el mejor de su clase, honesto, el mejor guerrero, pero nada de aquello tenía valor porque la realidad en ese momento era que se había convertido en alguien, simplemente, enloquecido de amor. El padre de Qais compartió la preocupación del padre de Layla y se marchó.
En otro intento de recuperar a su hijo, invitó a Qais a su casa, donde había preparado una cena fastuosa, con la concurrencia de las mujeres más jóvenes y hermosas de los alrededores. Qais las miraba con atención: en algunas veía el hermoso cabello de Layla, en otras sus hermosos ojos, en otras el delicioso perfume, ¡pero Layla no estaba!
Así pues, el padre decide llevarlo al Hajj. Y cuando llegaron a la Casa de Allahu Ta’ala en la Tierra, Qais, queriendo mostrarse agradecido con su padre, se arrodilló para pronunciar unas plegarias, pero el pedido que salió de sus labios fue: “¡Oh Rey de Reyes! ¡Tú que das amor a la Creación, te ruego que hagas que este amor y el objeto de este amor sean para siempre ensalzados!” El padre de Qais no podía creer que lo único que le seguía preocupando a Qais era el amor. Al regresar del Hajj (Peregrinaje), Qais de despide de su padre diciendo: “¡Padre, no deseo más estar cerca de la gente, no soporto estar cerca de los seres humanos! Deseo irme.” Y se marchó al desierto.
Pasaron años. Nadie vio a Qais por larguísimo tiempo.
Cierto día, alguien se enteró que en unas ruinas vivía un ser extraño y loco, que lo único que hacia era escribir poesías de amor y las soplaba al viento. Los únicos que escuchaban a Majnun eran los animales. Un día, un viajero que iba de camino al Hajj, decide pasar por esas ruinas y ver si podía conocer a ese extraño ser que era famoso en toda Arabia por su excéntrica conducta. Al encontrarlo lo saluda, pero Majnun no responde y continúa escribiendo. Vuelve a decir: “As Salam ‘alaykum”, y nada. Hasta que a la tercera vez responde: “Wa ‘alaykum As Salam”, y comienza a hablar. Pero de lo único que continuaba hablando era de Layla. El viajero compartió un poco de pan con Majnun y siguió su camino.
Continuaron pasando los años. El padre de Majnun nunca más volvió verlo. Al fin y al cabo, su padre partió al Más Allá y, al poco tiempo, también su madre.
Mientras tanto, Layla continuaba sin hablar con nadie y sin decir ni una palabra sobre su amor. El padre conoció a un rico mercader quien le pidió la mano de Layla, a lo que él accedió para terminar de una vez por todas con esta historia. Layla le pide que no lo haga porque jamás podría amar a aquel hombre. El padre no quiere escuchar y le da la mano al mercader de nombre ‘Isa. Ambos se casaron y Layla le dijo: “Jamás voy a poder amarte porque mi corazón pertenece a alguien. Por favor, búscate amantes, estoy segura que habrá muchas que puedes llegar a encontrar y que podrán hacerte feliz. No cuentes conmigo porque jamás me voy a entregar.” ‘Isa, un hombre sensible, no quiso imponerse a Layla. Pasaron los años y la juventud de Layla se cambió por madurez. Su belleza no se apagó, sino que se convirtió en algo diferente.
Cuando Majnun se enteró de que ella estaba casada, decidió escribir un poema, y en medio de todo su dolor, de pronto hubo una transición. Y ese dolor tan intenso pasó a una serenidad interior muy intensa también. Ese poema le fue entregado a Layla, y ella escribió un poema en respuesta, el cual decía:
“¡Oh, Qais! ¡Tu amor se ha convertido en llamas que todo lo quema! El mío ha sido siempre el silencio. Tú has derramado honor a los cuatro vientos. ¡Oh, Qais! ¡Quién de los dos piensas que está más enloquecido de amor!, ¿tú o yo?”
Esa fue la última vez que se comunicaron. Años después ‘Isa murió, y luego Layla partió al Más Allá. Cuando Majnun se enteró que Layla había muerto, ya anciano y con dificultades para caminar, fue hasta la tumba de Layla, y con una gran paz interior acompañada de la congoja de no haber podido compartir la vida terrenal con su amada, apoyó la cabeza sobre la tumba de Layla, y allí decidió entregar su alma.
Al año de la muerte de Layla, la familia decidió ir a visitar su tumba, y encontraron el cuerpo de Qais, muerto, sobre la tumba de ella. Amigos de la infancia de Qais lo reconocieron, y su cuerpo fue enterrado al lado del de Layla. Aquello que había estado unido en la eternidad por el amor, desde el comienzo de su relación, finalmente encontró la unión de ambos en esta Tierra.
Un derviche tuvo un sueño. En ese sueño lo vio a Majnun en la presencia de Allahu Ta’ala. Allah (swt) había adoptado en el sueño una forma que podía ser reconocida por el derviche. Y así el Creador trataba con muchísimo cariño a Majnun; le acariciaba la cabeza, y le decía: “Majnun, ven aquí, ¡siéntate a mi lado!” Y habiendo sentado a Majnun a Su lado seguía acariciándolo, y le decía: “¿No te avergüenzas de haber buscado a Layla, luego de haber bebido el vino del amor?”
El derviche en ese momento, pensó: “¿Y qué le sucedió a la pobre Layla?” Inmediatamente, Allah (swt), le respondió: “¡Ah, Layla! Layla es diferente. Layla está en el más enaltecido de los estados, simplemente porque su amor fue siempre oculto.”
A aquellos que entendieron, les pido que expliquen esto a aquellos que no entendieron. Estas historias son la descripción de nuestro camino. Las diferentes etapas son los “Estados del Alma”. Ese es nuestro camino.
Alguno de nosotros somos muy verborrágicos en nuestras expresiones. Y otros llevamos ese amor adentro, es un secreto.
Así, a título de ejemplo, fue mi último Sheikh Sefer Efendi (ra). Era un señor de unos sesenta años, poseía una personalidad muy atrayente, pero si lo hubiéramos visto por la calle no le hubiéramos prestado mucha atención. Él era un amante, ¡imitémoslo! Nuevamente, no escuchemos ni busquemos lo negativo dentro nuestro, busquemos aquello que es positivo, aquello con lo que podamos servir a Su Creación.
Hablando de simbolismos, esta historia es exactamente eso. Lo mismo que “Las Mil y Una Noches”, que describe la corte de uno de los Sultanes Omeyas, uno de los momentos de más alto esplendor de la Ciudad de Baghdad y todo lo que era aquel Imperio. “Las Mil y Una Noches” no es nada más y nada menos que un viaje espiritual para aquellos que buscan al Señor. Por supuesto que admite diversas lecturas: como una novela, como una descripción de la cultura y costumbres de aquella época. Pero también tiene, para aquellos que tienen ojos que saben ver, un inmenso valor descriptivo del viaje espiritual.
As Salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuh
Sohbet de Hajji Orhan Baba. “Historia de Layla y Majnun: su simbolismo.” Jueves 2-04-2009