El guerrero daguestaní

 

Bismillahir Rahmanir Rahim

 

Un nivel donde la comunicación se hace a través del amor, y con deseos de servir. Dos ingredientes absolutamente básicos para este camino son el amor y el deseo de servir. Sin estos ingredientes no hay camino.

Este camino nos pide una total dedicación y eso sucede sin que dejemos de trabajar en el mundo, ya que tenemos que estar en el mundo pero no ser de él. Es muy fácil encontrar excusas para no hacer cosas, obligaciones, en otras palabras para no trabajar con nosotros mismos.

Cuando los velos son removidos, nos acercamos a la certeza del conocimiento y de la sabiduría (‘Ilm Al-Yaqin). Y a partir de éste, nos espera un segundo nivel que es la certeza de visión (‘Ain Al-Yaqin), para por último alcanzar la realidad de esa certeza (Haqq Al-Yaqin).

Cuando estamos inmersos en esos estados hay cambios que son realmente visibles en nuestra personalidad. Comenzar a sentir y a experimentar lo que le sucede a otras personas, no importa la distancia, simplemente sabemos que es lo que hay, que es lo que existe, que es lo que le sucede a esa otra persona. A veces, pensando en su nombre, a veces leyendo un e-mail, a veces, simplemente sin pensar, la imagen de esa persona llega y vemos qué es lo que le ocurre. Ese nivel de realidad nos lleva a querer servir a la Creación de Allah (swt), y en especial a estas personas, de una manera más intensa.

Un día, un Sheikh estaba sentado con su Ihvan y se presenta ante él un Daguestaní, con su bigote apuntando hacia arriba, y con muestras de cierta arrogancia. Le dice al Sheikh que quería ser su discípulo. El Sheikh lo mira y le responde que no estaba listo para comenzar este camino. Al oír la respuesta del Sheikh, este hombre le grita: “¿Cómo que no puedo ser su discípulo? ¡Yo quiero este camino y lo voy a transitar de una manera u otra, y si no me acepta le voy a dar una paliza!”

El Sheikh se sonrío y lo miró con esa característica que mencioné antes. Miró en el corazón de este hombre que parecía feroz, y vio que su intención era sincera, que lo que habitaba en ese corazón era una necesidad de cambiar. Y así es como todos nosotros hemos sido aceptados en este camino porque, de alguna manera, nuestros corazones mostraban ese deseo de cambiar, ese deseo de servir a la Creación de Allah (swt) con humildad y con amor.

Por supuesto, este Daguestaní no mostraba nada de humildad ni nada de amor, sino que quería ser aceptado valiéndose de amenazas. Y el Sheikh le dijo: “Te voy a aceptar en este camino, pero debes saber que si entras y tomas mano, harás exactamente lo que te ordene. No hay ninguna oportunidad de negarse y es absolutamente necesario que la obediencia sea de un ciento por ciento.” El hombre estuvo de acuerdo, entonces el Sheikh le dijo: “Bueno, mañana temprano vas a ir a la feria donde venden carne, vas a buscar a una persona que transporta intestinos de oveja, y cuando lo veas, deseo que le des un tremendo sopapo en la nuca.” Al oír esto el Daguestaní se sintió feliz, y dijo: “Déjeme, no darle uno, sino cien sopapos en la nuca.” El Sheikh dijo: “No, sólo uno y luego quiero que regreses a contarme qué sucedió.” El Daguestaní se fue sonriendo y pensando: “¡Allah! ¡Allah! ¡Si este es el camino sufí, estoy en mi salsa!

Se encuentra con el pobre trabajador, quien cargaba consigo las tripas de la oveja. Lo vio y le dio un tremendo sopapo con esas manos de guerrero que tenía. El otro se tambaleó, las tripas volaron por el aire, cayó al suelo, se dio media vuelta, lo miró, volvió a darle la espalda, recogió las tripas y se fue caminado.

El guerrero Daguestaní se quedó totalmente sorprendido con su reacción, diciendo: “¿Cómo es que no reaccionó y no vino a luchar, a pegarme?” Volvió y le contó al Sheikh lo que había sucedido. Le dijo: “Mi Sheikh, esto es algo extraordinario. No lo puedo creer. Este hombre no reaccionó, me miró y yo detecté un poco de ira en sus ojos, pero no dijo una sola palabra, dio media vuelta, recogió las tripas y siguió caminando. ¿Cómo puede ser?” El Sheikh le respondió: “No te preocupes. Hazme un favor. Mañana vuelve al mismo mercado y busca al que vende estómago de oveja. Cuando lo veas le vas a dar un puñetazo tremendo, de manera que se caiga al suelo de una vez por todas”.

A la mañana siguiente, el Daguestaní se levanta, y se va pensando: “Esto es un poco extraño pero bueno, Eyvallah, es lo que me ordenó mi Sheikh.” Encuentra al vendedor en la feria, lo ve y le dio un mamporro total. El otro se desparramó en medio de la calle, se quedó sentado, lo miró y le sonrió. Sin decir una sola palabra, levantó los estómagos y siguió su rutina.

El guerrero se quedó parado, sin saber qué hacer y volvió con su Sheikh, y le dijo: “Mi Sheikh, esto es más extraño que lo de ayer. Le di con todo, y no solamente no se enojó, sino que además me miro y se sonrió. ¿Cómo puede ser? ¡Yo tenía la daga preparada para cortarle la cabeza y no me dio ninguna oportunidad!” El Sheikh le dijo: “Bueno, vamos a hacer otra cosa mañana. No quiero que vuelvas a la feria. Deseo que vayas a una granja que queda en tal lugar y allí te encontrarás con un anciano de ochenta años. Pero a él no le puedes pegar, va a ser demasiado, en cambio quiero que en el camino recojas una vara y que esta vara se la partas en su espalda.” Al guerrero esto no le gustó nada. Estaba triste porque pensaba: “¿Por qué hacerle esto a un anciano? ¿Cuál es el beneficio de esta enseñanza?” Pero obediente, fue a la granja y, al ver al anciano de ochenta años que estaba arando la tierra, le dio un tremendo palazo. Como tenía aprensión de pegarle demasiado fuerte por temor a herirlo, la vara no se partió. El anciano ni se dio vuelta, sino todo lo contrario, apoyó más firme su pie en el arado, azuzó al buey y continuó haciendo surcos profundos en la tierra. El Daguestaní tomó la vara nuevamente, y le dio otro palazo en la espalda, pero la
vara no se rompió. Más apretó el arado el anciano que no se dio vuelta, más azuzó al buey, y más rápido estaba haciendo sus surcos. El guerrero dice: “¡Esto no puede ser!” Levantó nuevamente el palo y le dio un tremendo palazo, con el cual la vara finalmente se partió. El anciano no pudo resistir la fuerza del golpe, se da vuelta y se cae. Y llorando y de rodillas se le acerca el guerrero
diciéndole: “Gracias, muchas gracias, por darme lo que me correspondía. Gracias por ayudarme a corregir aquello que debía ser corregido.” El guerrero le pregunta: “¿Por qué lloras?” El anciano le respondió: “No lloro solamente de agradecimiento, sino que me preocupa que al haber tenido que pegarme tres veces para partir la vara, quizás hayas sentido dolor en tu mano y no deseo que me reclames nada en el Mas Allá en el día del Juicio Final, enfrente de Allah (swt) y del Profeta (saws), porque te causé dolor en la mano”.

El Daguestaní regresó donde su Sheikh con lágrimas en los ojos, y le dijo: “¡Estoy comenzando a entender!” El Sheikh le respondió: “Del feroz guerrero que llegó hace tres días, ahora frente a mí hay una hormiga. ¡Pero esto no es suficiente! Mañana nos vamos de picnic”.

Y al día siguiente, se lo llevó donde había árboles de manzanas y un río que pasaba cerca. Cuando llegaron, el Sheikh le dice: “¡Por favor, por favor! ¡Levanta esa piedra y tírasela a ese árbol para ver cómo reacciona!” El Daguestaní realmente no quería hacer eso. Pero levantó la roca, la tiró con todas sus fuerzas y, tal fue el impacto, que una de las ramas se cayó con diez manzanas al
suelo.

Al ver esto, el Daguestaní comenzó a llorar desconsoladamente. El Sheikh le dijo: “¿Ves lo que has hecho? Ese árbol no te había hecho nada, absolutamente nada. Tú lo heriste, lo atacaste, rompiste una rama y realmente has causado la muerte de esa rama junto con las manzanas. Y el árbol en vez de replicarte, cosa que no puede hacer, te entregó de regalo diez manzanas”.

Si miramos bien este concepto, veremos que en realidad el elemento en esta historia que hizo el mayor sacrificio fue la manzana, porque al caer del árbol y ser comida desapareció de la tierra. Sin embargo, la recompensa de Allah (swt) es como dice el Corán i-Kerim en la Surah Al-Baqara, ayat 261: “Los que gastan sus bienes en el camino de Allah se parecen a un grano que produce siete espigas, y cada una de las espigas lleva cien granos. Así multiplica Allah a quien Él quiere; Allah es Espléndido y Conocedor”.

Comemos la manzana, pero la semilla queda, y ésta a través nuestro o porque la tiramos antes de comer, cae en la tierra. Y de la semilla crece algo hacia abajo y algo hacia arriba. La semilla desaparece, pero muestra la voluntad del Creador al desarrollar cosas que crecen hacia abajo, y otras que crecen hacia arriba. Cuando la semilla se convierta en un árbol y dé frutos, muchas otras manzanas y muchas otras semillas van a descender.

Insha’Allah, si gustan y desean meditar acerca de esta historia y todos los simbolismos que contiene, podamos encontrar nuestro lugar y también el nivel en que estamos, y cuánto más lejos o cerca estamos de esa manzana.

 

As Salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuh

Sohbet de Hajji Orhan Baba. “Aspectos del camino interior.” Sábado 4-10-2009