Bismillahir Rahmanir Rahim
Tosun Baba (ra) vivía a media hora de aquí, más cerca de la ciudad de New York. Él quería mandar a su hija a la misma escuela en la que mi hija Kadriye estudió y luego fue maestra. Y le preguntó entonces a Muzaffer Efendi (ra): “¿Qué debo hacer para abrir un dergah?” Muzaffer Efendi (ra) le respondió: “Muy simple Tosun. Abra una cocina”. Y ese fue el comienzo del dergah, de aquí, de Spring Valley. Con todo lo que eso implica. Pero sin ninguna duda, digamos, a un nivel más básico, más elemental, la comida, hecha con du’a y con la intención correcta, alegra los corazones. Así que usted es responsable de eso y cosecha todos los beneficios Hajji Hasan.
Cada tanto recibo comentarios de mis hermanos y hermanas respecto de las dificultades que tienen, que tenemos, en cumplir con nuestras obligaciones. A veces, porque llegamos tarde y cansados a casa, a veces porque hay otras cosas que consideramos importantes, en otros momentos, simplemente, porque tenemos desgano.
Me preguntaba si realmente tenemos conciencia de la época en la cual vivimos. Del ahora.
En el siglo XIX, aquí en este país, dos exploradores, Louis y Clark, caminaron durante dieciséis meses desde el centro del país hasta la costa oeste. Llegaron hasta Oregón y regresaron.
El relato que estaba leyendo trata de una india que estaba casada con un francés, quien vivía de la caza de animales y la venta de sus pieles. Había muchos franceses haciendo eso en aquella época, a principios del siglo XIX.
Luego pensaba que en unos días mi hija se mudará a San Francisco. Desde New York, seis horas en avión y llegará a su destino.
A esta gente, prácticamente, recorrer casi la mitad de esa distancia, le llevó dieciséis meses. Un año y medio.
Entramos a una casa, movemos un interruptor y se enciende la luz, movemos otro control y, en climas muy fríos como este, hay calefacción o aire acondicionado. Abrimos una canilla y sale agua. Nos damos vuelta y hay una heladera con cosas frías.
Setenta años atrás, ochenta años atrás, muchas de estas comodidades no existían.
El ser humano de hoy en día vive en una época de privilegio material.
Tenemos telescopios en el espacio que nos permiten mirar millones de años en el pasado. No sé si podemos comprender eso.
Cada vez nos acercamos más, a través de estas hazañas tecnológicas, al comienzo de la Creación de acuerdo con lo científico, ese famoso Big Bang, la explosión que creó esto en lo cual existimos hoy en día.
Mi pregunta es si pensamos y aceptamos que debemos estar inmensamente agradecidos al Creador, no solamente por estar allí reunidos, por poder hablar a través de este medio electrónico, sino, simplemente, por permitirnos recordarlo.
Y digo esto porque continuamente estamos bombardeados por información, por estímulos, que nos hacen ir hacia afuera, y nos olvidamos de los elementos que nos permiten llamarnos “ser humano”.
En una ocasión, como decía, hace cientos de años, un derviche andaba caminando y llegó a una colina muy alta. Se encontraba tan cansado que la colina le parecía casi una montaña. Entonces suplica: “Oh Allah, Tú que todo lo puedes, ¿me podrías conseguir un burro para que me lleve hasta la cima de esta colina? Estoy realmente muy cansado”.
Dicen que cuando uno es sincero en su pedido, Allah (swt) lo otorga. Terminó de hacer el du’a y oyó el rebuzno de un burro en las cercanías. Dice: “¡Allah, Allah! ¡Tú todo lo puedes!” y se va corriendo, muy contento, a buscar al pequeño burro. Pero cuando estaba a punto de montarlo se le aparece un bandido con un hermoso caballo árabe, con una cimitarra enorme, una pistola, y unos bigotes doblados hacia arriba, como se estilaba usar en esa época. Y le dice: “¿Quién eres tú?” El derviche le dijo: “Un derviche.” El bandido exclamó furioso: “¡Odio a los derviches y sé que no tienes nada de valor en ti mismo! Pero hagamos lo siguiente. Te ordeno que tomes a ese burro, y en lugar de montar tú al burro, haz que el burro te monte a ti. Lo subes a tus hombros y vas hasta la cima de la colina.” Y el derviche le dice: “Pero si apenas tengo fuerzas para estar parado ¿qué quiere que haga?” El bandido le dijo: “Si no lo haces te corto la cabeza. Muy simple.” Este hombre sacó la cimitarra, el derviche se dio cuenta de que no se trataba de una broma, subió el burro sobre sus hombros y empezó a caminar hacia la colina. Cada tanto se daba vuelta a ver si el bandido seguía allí abajo, porque lo que quería hacer era tirar al burro y dejarlo ahí. En cambio, el bandido continuaba allí, al pie de la montaña.
Finalmente, el derviche llegó con su burro montado a la cima. En ese momento el bandido se va, y el derviche dice: “Allah, yo sé que Tú todo lo puedes, pero a veces entiendes las cosas al revés”.
El ser humano tiene diferentes niveles y hay algunos de ellos que nos preocupan, como el nivel más básico, el nafsi ammara.
¿Pero qué es el nafs del cual los maestros derviches hablan y mencionan tanto en sus obras? Lo mencionan de diferentes maneras. Lo llaman ego, el alma, la esencia, el aliento; una combinación de esas cosas. Sin embargo, los autores más modernos se refieren al nafs como el “yo”. Ese “ser uno mismo”.
Generalmente, cuando emplean la palabra, hablan de aspectos negativos del ser humano. En su aspecto más básico es aquello que nos desvía del camino espiritual.
Sin embargo, fíjense ustedes que aun cuando el nafs no tiene tanta influencia en nosotros, cumplir con lo que es lícito nos cuesta. Cumplir con nuestras obligaciones religiosas nos cuesta, pero no en el dergah, sino en un día común, un día que no estamos en el dergah. Y, a veces, aunque no estemos cansados, no dudamos en hacer aquello que no es correcto.
Ahora bien, el nafs no es algo que exclusivamente tiene que ver con una estructura psicológica en nosotros, sino que es algo creado por la acción entre el espíritu y el cuerpo.
Cuando el espíritu entra en el cuerpo y desciende a este mundo material comienza una etapa de distorsión respecto de lo que es esencialmente espiritual. ¿Por qué? Porque sin ninguna duda, este mundo tiene una enorme y poderosa influencia en todos nosotros. Entonces el nafs como tiene su raíz en la combinación entre el espíritu y el cuerpo, tiene componentes que son de índole espiritual y material.
Cuando a través de las prácticas comenzamos a transformar ese nafs, y cuando nos acercamos a Allah (swt) porque Él nos permite y nos regala esa posibilidad, dejamos atrás aquello que implica estar conectados al mundo.
Encontramos también, en muchas obras de maestros de nuestra tradición, que ellos hablan de siete niveles básicos del nafs.
Mi Sheikh, Sefer Efendi (ra), hablaba en términos muy claros, muy básicos sobre esto. Decía que los niveles del ser humano estaban íntimamente asociados a los noventa y nueve Nombres o Atributos de Allahu Ta’ala, mencionados en el Corán i-Kerim, y que la repetición de esos Nombres, sin ninguna duda, tienen efectos equivalentes a la medicina de occidente. Pero tienen un efecto en el espíritu, tienen una consecuencia, una manera de curar esas debilidades. Es por ello que me despertó gran interés que mi hermano Hajji Omar decidió dar una charla acerca de esos Nombres, e Insha’Allah, se haga costumbre en todos y cada uno de nosotros leerlos todos los días. El objetivo es llegar a leerlos, aprenderlos, y que se conviertan en parte de ese conocimiento que nos ayuda a caminar y subsistir en esta vida.
Los grados del nafs de acuerdo a esas descripciones que hacía Sefer Efendi (ra). Hay una asociación entre esos niveles y los primeros siete nombres básicos que nosotros recitamos con nuestros tasbih.
El primero del nafsi ammara es La ilaha ila llah. Y el color asociado es el celeste.
El segundo nivel, el nivel del arrepentimiento está asociado con el nombre Allah. Y el color asociado es el rojo.
El tercer nafs es el que está inspirado, el que ya superó esas dos etapas. Y el nombre asociado es Hu. El color asociado es el verde.
El cuarto nivel es el de aquel que está sereno, de aquel que está contento con lo que Allah (swt) le da. Los demás seres humanos hacemos diferencias entre bueno o no bueno, pero para aquel que existe en ese cuarto nivel, nada lo afecta. Sólo le importa la complacencia del Señor de los Mundos. El nombre asociado es Haqq. El color es el blanco.
El quinto nivel es el de aquel que está con total aceptación de su destino. El nombre asociado es Hayy, y el color es el amarillo.
El sexto nivel está asociado con el nombre Qayum (“El Eterno. El que siempre ha existido”). El color es correspondiente es el azul oscuro, casi negro.
El séptimo nivel está asociado con el nombre Qahhar (“El Omnipotente”). El color es el negro.
Muchas veces, cuando la gente sueña con un color y éstos son muy reales, hay una contestación muy directa.
Los Sheikhs, en el pasado, corregían los tasbih de sus derviches, si aparecían algunos colores como los descriptos en lo sueños.
El nivel más básico de La ilaha ila llah, “Nada existe sino Allah”, muchas veces es asociado con un concepto muy directo, en el budismo zen, pero que la lógica no lo puede entender. Y ese razonamiento es idéntico a nuestro concepto. ¿Por qué? Porque si sólo Allah (swt) existe y está en todo, y Allah (swt) es todo, y nada existe sino Él, entonces es lo único que deberíamos comprender, saber, aceptar y apreciar.
Esta frase también significa, realmente, que “No hay nada divino que exista, sino Allah (swt)”.
Cuando nosotros permitimos que el mundo nos influencie y nos afecte y nos haga olvidar del Creador, caemos en un estado que en árabe se dice estar en hawa, que es como estar en un estado de terquedad, capricho. Hay un ayat en el Sagrado Corán que se refiere a eso.
Nosotros, en occidente, le damos un tremendo valor a la cuestión de la libertad. Esto es muy interesante, porque en realidad no vivimos en un estado de libertad, sino en un estado de esclavitud, pero con nosotros mismos. Es nuestro propio estado el que creamos. Es una jaula, una celda, en la cual, psicológicamente, nos encerramos porque permitimos que el mundo nos condicione y nos haga olvidar del Creador.
La verdadera libertad sólo existe cuando esos barrotes son removidos de nuestra existencia, individualmente, por cada uno de nosotros, y no dejamos que el mundo nos influencie más.
Es necesario comprender la relación de los Nombres Divinos y nuestros estados.
Y recordemos que es muy fácil montar nosotros al burro, pero en la vida real nosotros llevamos al burro sobre los hombros continuamente, hasta que esa libertad, esa sumisión, nos es otorgada a través de esfuerzos personales.
Si uno está cansado por las obligaciones diarias, en realidad el que está cansado es el cuerpo. La que está sedienta es el alma. Y si no obligamos al cuerpo a someterse a pesar del cansancio y a alimentar el alma, jamás podremos limpiar lo que es la casa de Allah (swt) en cada uno de nosotros.
Les ruego consideren esto con mucho detenimiento. Cuando vayan a hacer el salat, luego de la ablución, tomémonos unos instantes para calmar nuestro interior, para remover lo que más podamos la turbulencia que nos azota, y así estar en la presencia del Creador de una manera consciente. Porque, aunque no Lo veamos, tenemos que saber que estamos en Su presencia. Lo mismo cuando comencemos el dhikr, tómense un minuto o dos minutos, o cinco minutos. Y si ese hábito se convierte en parte de nuestras vidas, y si sentimos una tremenda presión por lo que está ocurriendo y decimos: “¡Me refugio en Allah (swt) de mí mismo!”, veremos que poco a poco, esa transformación se torna en algo real, en algo que podemos sentir, ver y apreciar en nuestras vidas diarias.
As Salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuh.
Sohbet de Hajji Orhan Baba. “Tomar conciencia del ahora. Historia del derviche y el burro.” Jueves 16-06-2011