Sohbet de Al Hayyi Orhan Baba al-Halveti al-Yerrahi

Bismillahir Rahmanir Rahim

En el Nombre de Allah, Clemente, Misericordioso

El Dergah es un taller de trabajo donde el producto final somos nosotros mismos, somos el elemento en el cual trabajamos. A veces tenemos la habilidad de vernos a nosotros mismos, de ver nuestro interior, y otras veces vemos lo que Allah manifiesta a través de otros.

Un punto muy importante en este camino es que cada uno diariamente es usado como una herramienta de enseñanza por Allah. Estemos con quien estemos somos, en todo momento, maestros y discípulos. Maestros de aquellos que aprenden algo a través de nuestras acciones y discípulos de aquellos que nos enseñan algo a través de sus acciones. En esta enseñanza, en este intercambio, participan el aspecto exterior y el aspecto interior. El aspecto exterior es el resultado de lo que nuestro estado interior nos obliga a hacer.

Algunas veces Allah nos pone delante personas y situaciones conflictivas. La experiencia, el residuo que nos queda de este intercambio es observar que pasa dentro de nosotros, que sentimientos se manifiestan, que pensamientos estaban escondidos y comienzan a trepar hacia la superficie, que sucede con respecto a las emociones y con lo que deseamos hacer, ¿tenemos presente a Allah cuando lo vivimos? ¿Vemos a la persona o la situación como una creación de Allah o lo vemos como una molestia, como alguien o algo que nos causará problemas?

Esos son los detalles importantes para cada uno porque las personas y las situaciones pasan pero lo que está dentro nuestro, no. Debemos analizarlo pues es simplemente una manifestación de donde estamos parados en este camino, es un paso más para aprender, es algo positivo. ¿Si estas cosas no suceden, como avanzamos, como sabemos cuál va a ser nuestra reacción si no nos enfrentamos con un problema, con una situación triste o fea? Este camino está lleno de tropiezos, y si no tropezamos, si de vez en cuando no nos lastimamos las rodillas o los codos o las manos significan que no estamos haciendo absolutamente nada. Existe una historia que cada vez que la recuerdo trae aspectos diferentes a este camino, e inshallah a vosotros les pase lo mismo. Es una historia muy conocida y la he repetido infinidad de veces pero así me fue enseñado por mi maestro Mufaffer Efendi (ra), pues el trabajo de cada uno es repetir las cosas mil veces porque si en una de esas mil veces el que escucha absorbe la verdad, la enseñanza pura detrás de la historia, ese momento vale como mil libros.

Islam es un regalo que Allah envió a la tierra y nosotros simplemente sabemos que aquel que es invitado a un camino espiritual lo acepta o no y así es en Islam y especialmente en Sufismo. Cuando uno oye la llamada de Allahu t’ala a transitar este camino tan lleno de dificultades pero tan hermoso, tan irremplazable, si esa invitación es escuchada con el oído del corazón es muy raro que sea rechazada, si uno no la escucha con el oído del corazón simplemente no continúa en este camino. Muchos de nosotros estamos enamorados de la búsqueda, no del objetivo final. Y esa es la primera y posiblemente más difícil trampa de todas las trampas por superar. Si nos enamoramos de la búsqueda, si somos de aquellos que van de un camino a otro por el resto de sus días simplemente los años pasarán y puede ser que Allah nos encuentre o nos envíe al Más Allá en un momento en que todavía estemos buscando y eso podría llegar a ser muy triste.

La historia que les quería relatar es la historia del santo Bayrami Wali, un místico sufí del siglo XIV de la era cristiana, alrededor del año 750 de la era musulmana. Este santo nació en Turquía en el seno de una familia de campesinos. Años más tarde lo encontraremos en Anatolia, en la parte asiática central de Turquía dirigiendo una madraza (una universidad islámica). En aquella época, siguiendo la tradición de nuestra religión, los suchus, que fue la dinastía que precedió a los otomanos en aquella región de Turquía, habían fundado muchas universidades pues existía una tremenda sed para adquirir conocimiento, por conocer la religión y por estudiar los hadices y el fiq. Nuestro santo Bayrami Wali dirigía una madraza pero luego de un tiempo simplemente dejó esa posición y comenzó a transitar nuestro camino. Ingresó en una Tariqa sufí bajo las instrucciones de un Sheik en la ciudad de Bursa que fue la primera capital del imperio Otomano, y es una hermosa ciudad ubicada a pocas horas de Estambul hacia el sureste cruzando el mar de Mármara. Es una ciudad antigua, con amplias avenidas, muchos árboles y hermosos monumentos musulmanes. Allí se encuentran enterrados reconocidos santos musulmanes, entre ellos el segundo sultán del imperio Otomano cuyo nombre era Orhan que significa el conquistador de la pureza. Bayrami Wali se establece allí y cuando su maestro parte al Más Allá une las tariqas Kalwati y Nasqbandi formando una nueva orden llamada en los comienzos Bayramia debido al nombre del santo, que tuvo un tremendo impacto entre los campesinos y gente de todos los niveles deciden unirse a la Tariqa. El sultán, siguiendo la recomendación de sus consejeros comienza a preocuparse pues la Tariqa poseía cientos de miles de adherentes. En aquel momento la capital es transferida de Bursa a Edirna, ubicada en el lado europeo de Turquía justo en la frontera con Bulgaria. Recordemos que en el siglo XIV del imperio Otomano, los Otomanos aún no habían conquistado a la vieja Bizancio, Constantinopla, que permanecía rodeada pero continuaba siendo la cabeza del cristianismo ortodoxo del este.

Los consejeros del sultán opinaban que el santo representaba un peligro y que posiblemente tenía ambiciones políticas, por lo que decide llamarlo y realizarle algunas preguntas. Bayrami Wali responde a todas las preguntas del sultán y este queda tan impresionado con las respuestas que lo colmó de regalos y entre ellos un edicto que indicaba que todos los miembros de su Tariqa estaban exentos de pago impuestos. Pueden llegar a imaginar lo sucedido al enterarse la gente de ese edicto. Pues el santo triplicó los miembros de la Tariqa, aunque él no creía, por supuesto, en cosas por beneficio personal sino que creía en lo que era de buena moral, en lo correcto y en que uno no debía beneficiarse de la sociedad sino contribuir a ella.

Esa es en realidad nuestra misión en la tierra, ayudar al prójimo; y era tal su deseo, la manera en que estimaba la buena moral de la gente que para él era más importante la buena moral que el conocimiento, que la posición social, que la educación e inclusive que los estados espirituales.

Una vez, cuando uno de sus derviches más cercanos escribió un libro sobre el Profeta Muhammad (saws) y se lo fue a mostrar antes de publicarlo para ver si lo aceptaba y si le parecía correcto, le dijo: “¡Oh hijo mío! Si hubieras alimentado una boca o hubieras curado un corazón eso tendría mucho más valor que este libro que has escrito”.

Bayrami Wali obligaba a sus derviches a enseñar las cosas tal como las habían aprendido sin que se les fuera permitido aceptar la más mínima recompensa por devolver a la creación lo que el discípulo había recibido de la creación. Ese es nuestro camino, esa es nuestra manera de ver las cosas.

Pues bien, cuando el tesoro del imperio Otomano comenzó a mermar de una manera alarmante la Tariqa de este santo tenía millones de miembros y ninguno de ellos, amparándose en el decreto del sultán, pagaba impuestos. La situación se había convertido en un problema de seguridad nacional, por lo que el sultán envió una nota al santo pidiéndole por favor si le podía decir exactamente cuántos eran los miembros de su Tariqa. El santo se dirigió al centro de Anatolia y convocó en una enorme planicie a todos sus adherentes, a todos sus miembros, y en poco tiempo el lugar se llenó de cientos de miles de personas con sus tiendas. Se dirigió entonces a una elevación donde había erigido una tienda blanca y dentro se encontraba encendida una lámpara de aceite. Luego dijo: “¿Quién de vosotros está dispuesto a dar su vida por su Sheik?”, pero nadie respondió. Comenzaron a mirarse unos a otros y a murmurar, pero nadie avanzó hacia él. Finalmente un derviche dijo: “¡Yo mi Sheik entregaré mi vida a usted!”, y el Sheik lo llevó dentro de la tienda. De pronto se oyó un quejido y apareció sangre en las paredes de la carpa iluminada por la lámpara de aceite. La gente se horrorizó al ver al Sheik salir de la tienda con un cuchillo ensangrentado mientras decía: “¿Quién es el siguiente que va a sacrificar su vida por su Sheik?” Todos murmuraban: “Nuestro Sheik se ha vuelto loco” y comenzaron a retirarse, primero despacio y luego corriendo. Mientras tanto, entre el grupo que todavía permanecía allí, una mujer dijo: “Yo, mi Sheik. Que mi vida sea tu recompensa”, y se la llevó dentro de la carpa. Nuevamente se oyó un gemido y apareció sangre en la tela. El Sheik salió con el cuchillo ensangrentado y dijo: “¿Quién es el siguiente?”, pero para ese entonces ya no quedaba nadie, por lo que se dio la vuelta y le dijo al mensajero del Sultán que estaba esperando la respuesta: “Ve y dile al Sultán que Bayrami Wali tiene un derviche y medio”.

Esta historia debemos comprenderla profundamente porque tiene aspectos muy hermosos. Años después hubo muchas discusiones entre los sufís sobre quién era el derviche entero y quien el medio y llegaron a la conclusión de que el medio derviche era el primer hombre porque fue sin saber las verdaderas intenciones del Sheik, es decir, si realmente lo iba a matar o no. En cambio el verdadero derviche, el derviche entero, era la mujer porque todo indicaba que el primer derviche estaba muerto pero ella no dudó en entregar su vida. Aquí cabe aclarar que por supuesto el Sheik no mató a ninguno de los dos derviches, simplemente tenía un carnero muerto en la tienda y rociaba un poco de sangre cuando pretendía estar matando a uno de ellos. Cuando este santo estaba en su lecho de muerte uno de sus más cercanos colaboradores, Shamsudin Efendi, se encontraba a su lado, pues deseaba ser nombrado sucesor, deseaba ser cabeza de la Tariqa, que hoy en día existe en muchos lugares del mundo; pero el Sheik no decía una sola palabra. En la puerta de la habitación se encontraba otro derviche que se llamaba Amir, pero que no se animaba a entrar donde estaba su maestro. De pronto el santo dijo: “Tengo sed, traedme agua”, y cada uno de los que se encontraban allí salieron buscando agua, pero al traérsela el Sheik no bebió de ninguna de las tazas, sino que tiraba el agua en unas macetas; ni siquiera bebió el agua de Shamsudin. Pero cuando Amir le trajo el agua el Sheik bebió del vaso y dejó un poco. Luego le dijo a Amir: “Ven, en ti confió mis secretos”. El mensaje fue claro, pero cuando el santo murió, Shamsudin, que deseaba muchísimo ser la cabeza de la orden, (y sin ninguna duda era una persona de un gran nivel espiritual y de un gran conocimiento de la sharia pero que tenía la ambición de ser el numero uno) comenzó a establecer todas las pautas de organización, es decir, el aspecto externo de la Tariqa; como se rezaba, como se hacían los dikr, como se vestían, que era lo correcto o lo incorrecto en ciertas ocasiones. Pero el santo fundador nunca había puesto mucho énfasis en estos aspectos sino que más bien la concentración era un altísimo estándar de moralidad. Amir miraba todo con mucha preocupación y dejó de atender las reuniones, por un tiempo no se presentó en el Dergah. A Shamsudin le molestaba que Amir no viniera y entonces un día le dijo: “¿Cuál es tu problema? ¿Por qué no regresas? Si no regresas al Dergah tomaré el turbante (que era el indicativo de un cierto nivel espiritual) y te lo quitaré”. Entonces Amir lo miró y le dijo: “¿Realmente tú crees que puedes tomar este turbante de mi cabeza? Te desafió a que lo hagas, nos reuniremos después del salat al-yuma el próximo viernes en mi casa y para demostrarte que no puedes tomar este turbante trae a los miembros de la Tariqa contigo como testigos. Shamsudin aceptó el desafío y al siguiente viernes, luego del salat al-yuma, todos se dirigieron hacia la casa de Amir, pero al llegar observaron en la calle una enorme fogata. Shamsudin estaba vestido con su turbante, con una túnica y otras ropas que había instituido como uniforme de los miembros del Dergah, entonces Amir, con una sonrisa, le dijo: “Te invito a que entremos al fuego, que caminemos y nos metamos en la hoguera juntos y si estas ropas contienen sinceridad, sabiduría y pureza entonces el fuego no las quemará, y si este cuerpo tiene pureza y sinceridad las llamas no lo tocarán. Shamsudin no quiso entrar en la hoguera pero Amir, sonriente y abriendo los brazos, caminó hacia el fuego. Todos los que estaban allí reunidos miraron con tremendo asombro como las llamas consumían la ropa que tenía puesta, incluyendo el turbante, pero las llamas no tocaron ni la más mínima parte de su cuerpo ni tampoco quemaron un chal que le había regalado su maestro Bayrami Wali. Con este chal cubrió sus partes íntimas y salió de la hoguera. Shamsudin entendió el mensaje y se abrazaron haciendo las paces. De todas maneras, y como usualmente sucede con estas cosas en el mundo, la Tariqa se dividió en dos, unos siguieron a Shamsudin y otros a Amir. Amir continuó el camino de su maestro.

Así es este camino, así son las cosas en la Tariqa, a estos estados queremos llegar porque indican simplemente que nuestra cercanía a Allah se ha incrementado, que nos está ayudando a acercarnos a Él a través de nuestras devociones, a través de nuestro servicio a la creación de Allahu t’ala.

Espero que estas historias inspiren vuestros corazones como han inspirado el mío tantas veces. Estas personas son nuestro ejemplo, son el libro del cual debemos aprender. En Sufismo hay enseñanzas que uno puede aprender a través de los libros pero la mayoría, la mayor parte de las enseñanzas en este camino se aprenden de la mano de maestros y trabajando en uno mismo.

Les agradezco que hayan escuchado estas palabras que no son mis palabras, pues son las palabras de nuestros maestros y así como las recibí las entrego. Inshallah se instalen en vuestros corazones en la medida que las puedan recibir.

As salam aleykum wa rahmatullah wa barakatuhu.

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