Mis queridos hijos y compañeros en el camino hacia la verdad, mis amados en el camino del amor, que las bendiciones, paz, amor y compasión  de Allah  estén con todos ustedes.
Ni este faqir ni ustedes tienen razón alguna o lugar en los  placeres mundanos del París de este mundo, la ciudad de an-nafs al-ammarah, salvo para recordarnos con tristeza y pesar el tiempo que todos hemos pasado allí. Deben saber que si por casualidad caen ahí nuevamente, no serán aceptados.
Todas las gracias y agradecimientos se deben a Allah El Guía Supremo Quien nos ha guiado fuera de ella.

Un verano visitamos a Safer Efendi (ra). Estaba esplendoroso con la bendición de la manifestación de al-Hadi y nos recibió con mucho amor, gentileza y amistad. Nos leyó un artículo que había encontrado en manuscrito de un sheik Naqshibandi que vivió hace 150 años. Lo había traducido del Turco Otomano arcaico, a un lenguaje comprensible para nosotros.  Ahora lo he traducido al Inglés para que lo lean y vuelvan a leer, pero no es su mente sino el conocimiento de sí mismos, su sinceridad y fe en Allah, su temor y amor hacia Él, Quien está mas cerca que su vena yugular y que sabe que es lo que se manifiesta y lo que se oculta, lo que finalmente les ayudará a saber donde están, donde desean y  esperan ir.

En el Nombre de Allah El Misericordioso, El Compasivo

Toda alabanza y gracia se debe a Allah El Más Generoso, El Más Sabio, El Guía Supremo, El que da Fe y Esperanza. Toda la paz y  bendiciones estén con Su amado, el Profeta iletrado, a quien Él ha limpiado de todo conocimiento falso para enseñarle la verdad pura, que la paz y bendiciones estén con su descendencia, compañeros y ayudantes; con aquellos a quienes él amó y con quienes  lo amaron; con aquellos que él ama; con los que lo obedecen y lo siguen.

Los maestros espirituales, los murshids, que son los verdaderos padres, están destinados a darles a sus hijos e hijas, los murids, el regalo más grande que es posible dar en este mundo, el consejo sincero.

La primera porción de este regalo, que es alimento espiritual, es el conocimiento de las órdenes de Allah a Su creación, ‘ilm al-sharía.  Este conocimiento es la razón de nuestro ser. Es la obligación que recae en todo, la fuerza de la vida, la luz de la inteligencia, sin la cual uno está muerto.

La segunda porción es el conocimiento del camino de la verdad, la tariqah. No es un camino trazado en un mapa sino una ruta por la cual caminar. Es una necesidad, pues el signo de la vida es el movimiento, desde el nacimiento hacia la muerte, desde esta vida al Mas Allá, desde lo peor a lo mejor, de menos a más, de muchos a uno, de la falsedad a la verdad, de la ansiedad a la paz. Es una respuesta  a la invitación divina irji “¡Ven!” “Ven aquí, ven a Mi.”

La tercera porción de este regalo es la ma’rifah, que es un medio, la sabiduría, el espacio que contiene los divinos secretos que uno debe descubrir.

La cuarta y última porción de este regalo que el padre espiritual otorga a sus hijos espirituales, es la verdad, haqiqah, este es en realidad un regalo de Allah La Suprema Verdad que llega a través de las manos del maestro espiritual.

El conocimiento es como el agua, la fuente de vida. Miren a su alrededor, está en todas partes; en lluvias torrenciales, ríos, lagos, océanos… Sin embargo todos reciben de acuerdo a su destino, de acuerdo con su necesidad, y de acuerdo al tamaño de su copa.

Mientras vagaba en este mundo temporal, Allah me llevó al camino recto. Mientras caminaba en él, en un estado entre dormido y despierto, como en un sueño, llegué a una cuidad que estaba en total oscuridad.  Era tan inmensa que no podía ver ni concebir sus límites. Esta cuidad contenía todo lo creado. Había gentes de todas las naciones y razas. Las calles estaban tan atiborradas de gente que uno casi no podía caminar. Era tan ruidosa que uno apenas podía escucharse uno mismo o a los otros. Tenía a mí alrededor las acciones horribles de todas las criaturas, todos los pecados conocidos y desconocidos para mí. Con temor y estupefacción observaba esta extraña escena.

Lejos a la distancia, en lo que parecía ser el centro de esta ciudad, había otra ciudad de altas paredes de inmenso tamaño.
Lo que observaba a mí alrededor me llevó a pensar que desde el principio de los tiempos ningún rayo de luz del sol de la verdad había caído sobre esta ciudad. No solamente el cielo, los caminos y las casas de esta ciudad estaban en total oscuridad, sino que sus ciudadanos eran como murciélagos y sus mentes y corazones eran tan oscuros como la noche. Su naturaleza y comportamiento era como de perros salvajes, gruñendo y peleándose los unos con los otros por un bocado de comida, obsesionados por la lujuria y la ira, se mataban y se hacían pedazos los unos a los otros. Su único placer era beber y el sexo desvergonzado, sin discriminación entre hombres y mujeres, esposos o esposas. Mentir, engañar, hablar mal de la gente, calumniar y robar era su costumbre, con una total despreocupación por los otros, en una total inconsciencia y sin ningún temor a Allah.

Muchos de ellos se llamaban a sí mismos musulmanes. Es mas, algunos eran considerados como hombres sabios, sheiks, maestros, hombres de conocimiento y predicadores.
Algunos entre ellos, que habían tomado conciencia de los mandamientos de Allah, lo que está bien y es lícito a los ojos de Allah y los hombres, y lo que Allah prohíbe, trataban de actuar de acuerdo a esto y no podían ya asociarse  mas con la gente de esta ciudad; como tampoco podía la gente de esta ciudad tolerarlos a ellos. Oí decir que se habían refugiado en la ciudad amurallada que había visto al centro de este reino.

Me quedé en esta ciudad por un tiempo y por fin encontré a alguien que podía escucharme y entender lo que decía. Le pregunté el nombre del lugar, me dijo que se llamaba Ammara, la ciudad imperiosa, la ciudad de la libertad, donde todos hacían lo que les complacía. Pregunté acerca de su estado, me dijo que era la ciudad de la alegría, que era el resultado de la despreocupación y la inconsciencia. En la hermosa oscuridad que la rodeaba cada uno pensaba que era el único. Le pregunté el nombre de su gobernante, me informó que se llamaba Aqli Ma´sh, Su Alteza Astucia, que era un astrólogo, un brujo, un ingeniero que ingeniaba cosas, un doctor que daba vida a aquellos que de otra forma estarían muertos, un rey instruido e inteligente que no tenía igual en este mundo. Sus consejeros y ministros eran llamados Lógica, sus jueces dependían de la antigua Ley del Sentido Común, y sus servidores eran llamados Imaginación, Soñadores. Me dijo que todos los ciudadanos eran leales a su gobernador, no sólo respetándolo y apreciándolo a  él y a su gobierno sino que amándolo, pues sentían afinidad en su naturaleza, en sus costumbres, en su comportamiento.

Yo, en posesión de esta misma inteligencia y sabiendo que sin duda el rey de esta ciudad era el maestro perfecto de todas las ciencias de este mundo, deseaba aprender estas ciencias para ser rico y famoso. Me quedé un tiempo al servicio del rey y aprendí muchas cosas interesantes. Aprendí comercio, política, ciencias militares, fabricación de armas, la ley del hombre y el arte de glorificar al hombre. Llegué a ser reconocido mundialmente. Mi ego se regocijaba pues los hombres me apuntaban con sus dedos y hablaban de mí. Al estar todas las partes de mi ser bajo la influencia de mi inteligencia mundana encontraba energía en el regocijo de mi ego y me apresuraba a gastar esta energía en deleites mundanos y placeres de la carne, sin ninguna consideración si esto hería a otros o incluso a mi mismo.

Algo dentro de mí a veces veía que todo esto estaba mal, pero no tenía fuerza ni habilidad para impedirlo. Aquello que veía me apenaba y deseaba salir de la oscuridad de esta ciudad. Un día cuando esta pena era muy intensa, fui donde mi maestro el rey  Su Alteza Astucia y atrevidamente le pregunté: “¿Cómo es que los hombres sabios de tu reino nunca actúan de acuerdo a su conocimiento y temor a Allah?  ¿Cómo es que nadie en esta ciudad teme el castigo de Allah, mientras que temen tu castigo? ¿Cómo es que no hay luz aquí ni afuera, ni en los corazones de tu gente? ¿Cómo es que tus súbditos parecen ser seres humanos, sin embargo su naturaleza es como los animales salvajes o aún peor?”

Él contestó: “Yo soy su ideal aún cuando el  beneficio personal que obtengo de este mundo es a costa de los demás. Tengo un agente en cada uno de ellos. Ellos son mis servidores y los servidores de mis agentes,  pero yo también tengo un maestro que me guía, que es el Demonio. Nadie aquí es capaz de cambiar, todos están contentos y se creen mejor que los otros. Nadie tiene la voluntad de cambiar y por lo tanto no cambiarán”.

Cuando escuché esto tuve deseos de dejar la ciudad e intenté escapar. Pero conociendo la fortaleza y el control de este rey le pedí permiso para irme. “OH mi gobernador absoluto,  tu que has hecho tanto por este humilde servidor tuyo, me has dado todo lo que tengo. ¡Que vida tan alegre he llevado bajo tu gobierno! Me has vestido con lujosas pieles y me has dado compañía para la diversión. No me has prohibido ni embriagarme ni el juego de azar. He saboreado todos los placeres y siento que ya he tenido mi parte. ¿Sabías que yo he venido a esta ciudad como un viajero? Permíteme ahora ir a aquel gran castillo que veo en el centro de tu ciudad.”

El rey me contestó diciendo: “Yo también gobierno ese castillo, ese distrito es llamado Lawwama, Auto- reproche, pero su gente no es como nosotros  en esta ciudad  imperiosa en que nuestro ídolo es el demonio. Ni yo ni él culpamos a nadie por lo que hacen, por lo tanto nadie se arrepiente de lo que ha hecho pues vivimos en la imaginación. En la Ciudad del Auto-reproche, la imaginación no tiene un poder total, ellos también hacen lo que se llama pecar, cometen adulterio, satisfacen su lujuria tanto con hombres como mujeres, beben y apuestan, roban y matan, chismean y calumnian como nosotros, pero a menudo ven lo que han hecho, se lamentan y se arrepienten”.
Tan pronto terminé de hablar con mi maestro Astucia, corrí a las puertas de la Ciudad del Auto-reproche. Sobre la puerta estaba escrito:

at-ta’ibu min adh-dahanbi ka-man la adhnaba
“El que se ha arrepentido es como si nunca hubiese cometido un pecado.”

Dije la contraseña arrepintiéndome de mis pecados y entré a la cuidad. Vi que esta ciudad estaba bastante menos poblada que la Cuidad de la Oscuridad de la cual había venido. Podría decir que su población era la mitad de la otra.

Luego de un tiempo, encontré a un hombre de conocimiento que sabía el Sagrado Corán y lo recitaba. Fui hacia él y lo saludé. Él me devolvió el saludo y me deseó la paz y las bendiciones de Allah. Aún cuando el gobernador de la Cuidad de la Oscuridad me había dicho que  también gobernaba aquí,  quise corroborarlo con mi nuevo maestro y le pregunté el nombre de su gobernador. Me confirmó que estaban bajo la jurisdicción de su Alteza Astucia pero que tenían sus propios administradores cuyos nombres eran Arrogancia, Hipocresía, Intolerancia y Fanatismo.

Entre sus habitantes había muchos hombres de conocimiento, muchos hombres que aparentaban ser virtuosos, devotos, piadosos y correctos. Me hice amigo de estos hombres y descubrí que estaban aquejados con arrogancia, egoismo, envidia, ambición, intolerancia y en su amistad eran poco sinceros.  Eran hostiles entre ellos, poniéndose trampas unos a otros. Lo que puedo decir acerca de los mejores entre ellos, era que rezaban y trataban de seguir los mandamientos de Allah, porque temían el castigo de Allah y el Infierno, y tenían esperanzas de una vida eterna y placentera en el Paraíso.

Le pregunté a uno de ellos sobre la Cuidad de la Oscuridad afuera de las murallas quejándome de sus habitantes. Él estuvo de acuerdo y dijo que su población estaba formada por incrédulos, corruptos, sediciosos y asesinos. No tenían fe y tampoco hacían sus oraciones. Dijo que eran borrachos, adúlteros, desviados, totalmente inconscientes. Pero de tiempo en tiempo por alguna guía misteriosa eran llevados a la Cuidad del Auto-reproche. Ahí se daban cuenta de lo que habían hecho, se lamentaban, arrepentían y pedían que se les perdonase. En esa cuidad, dijo, no sabían lo que estaban haciendo, por lo tanto nunca se les ocurría arrepentirse y pedir perdón. Así, no se ayudaban unos a otros y nadie intercedía por ellos.

Cuando llegué por primera vez a la Cuidad del Auto-reproche  vi que en su centro había otro castillo. Le pregunté a un habitante sobre esto, me dijo que se llamaba Mulhima, la cuidad del Amor y la Inspiración. Le pregunté sobre su gobernante y me dijo que se llamaba Aqli Ma’ad, Su Alteza La Sabiduría, El Conocedor de Allah. Este rey, dijo mi informante, tenía un primer ministro cuyo nombre era Amor.

“Si alguna vez uno de nosotros entra en la Cuidad del Amor y la Inspiración,” continuó, “No lo aceptamos de vuelta en nuestra ciudad pues cualquiera que vaya allí se transforma, como el resto de los habitantes de esa cuidad, en alguien totalmente apegado a ese primer ministro. Se enamora de él y está dispuesto a dar cualquier cosa, todo lo que tiene, sus posesiones, su familia e hijos, incluso su vida por ese ministro cuyo nombre es Amor. Nuestro sultán Su Alteza Astucia, encuentra este atributo totalmente inaceptable.
Teme la influencia de aquellos que tienen esta cualidad, ya que su lealtad y sus acciones parecen ser ilógicas y no son comprensibles para el sentido común.”

“Hemos escuchado que la gente de esa cuidad llaman a Allah con cánticos y letanías, con el acompañamiento de una flauta de caña, panderetas y tambores, y al hacer esto pierden el sentido y entran en éxtasis. De acuerdo a nuestras reglas ortodoxas, nuestros líderes religiosos y teólogos encuentran esto inaceptable. Por lo tanto ninguno de ellos ni siquiera sueña en poner un pie en la Cuidad del Amor y la Inspiración.”
Cuando escuché esto sentí un terrible disgusto por la Cuidad del Auto-reproche y corrí a las puertas de la bendita Cuidad del Amor y la Inspiración. Sobre la puerta estaba escrito:

Bab ul-jannati maktub: La ilaha ila llah

Recité en voz alta la frase sagrada La ilaha ila llah “No hay dios mas que Allah,” me postré, y ofrecí mis sinceros agradecimientos. Ante esto las puertas se abrieron y entré.

Muy pronto encontré un lugar donde se reunían los derviches, donde vi a personas importantes y  personas simples, al rico y al pobre juntos, como un solo ser. Los vi amándose y respetándose unos a otros, sirviéndose unos a otros con reverencia y deferencia, en un continuo estado de regocijo. Estaban conversando, cantando; sus canciones y conversación  eran cautivadoras, hermosas, siempre sobre Allah y el Mas Allá espiritual; despojadas de toda ansiedad y dolor, como si estuvieran viviendo en el Paraíso. No vi ni oí nada que se asemejara a disputas o discusiones, nada hiriente ni dañino. No había intriga ni malicia, envidia ni chismorreo. Me sentí inmediatamente en paz, cómodo y alegre entre ellos.

Vi a un hermoso anciano, conciencia y sabiduría emanaban de él. Me sentí atraído hacia él y le dije: “O mi queridísimo, soy un pobre viajero y estoy enfermo, busco remedio para mi enfermedad de oscuridad e inconsciencia. ¿Hay algún doctor en esta Cuidad del Amor y la Inspiración que me pueda curar?”

Se quedó en silencio por un rato. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Hidaya, guía.  Entonces dijo: “Mi sobrenombre es veracidad. Desde tiempos inmemoriales ninguna mentira ha pasado por estos labios. Mi obligación y mi cargo son mostrar el camino a aquellos que sinceramente buscan la unión con el Amado. Y a ti te digo:
“Y adora a tu Señor hasta que te llegue la certeza” (Sura Hijr 15, 99)
“Recuerda el nombre de tu Señor y conságrate totalmente a El.”
(Sura Muzammil 73, 8)

“Eres también un amante sincero; escúchame con el oído de tu corazón. Hay cuatro distritos en esta Cuidad del Amor y la Inspiración. Estos cuatro distritos están uno contenido en el otro.”
“El externo se llama Muqallid, el distrito de los imitadores. El calificado doctor que buscas para curar tu enfermedad no se encuentra en este distrito. Tampoco está la farmacia que tiene la medicina para la enfermedad de la inconsciencia, la oscuridad del corazón y politeísmo oculto. Aunque podrás encontrar a muchos que se hacen llamar doctores del corazón, que aparecen como tales vestidos con túnicas y usando grandes turbantes;  se declaran hombres sabios, mientras procuran esconder su ignorancia, su perversión y su falta de carácter. Son incapaces de probar lo que dicen ser, buscan fama y ambicionan  el mundo. Ellos están enfermos con la enfermedad de si mismos. Le asignan asociados a Allah y son maestros sólo en la imitación.”

“Ocultan muy bien  sus intrigas, duplicidad y malicia. Son inteligentes, perceptivos, joviales y alegres. A pesar de que sus lenguas parecen estar pronunciando oraciones y los nombres de Allah y a menudo los encuentras en el círculo de los derviches, sus mentes que los guían no están dirigidas a ver la influencia y el beneficio de sus oraciones. Por lo tanto no encuentran el bálsamo para aliviar las penas de la inconsciencia y el olvido.”
“Puedes, por cierto, dejar este distrito de imitadores y refugiarte en el distrito de Mujahid, el distrito de los guerreros.”

Seguí su consejo y me dirigí al distrito de los guerreros. La gente que encontré allí era débil y delgada; gentiles, meditabundos, agradecidos; dedicados a la oración, obediencia, ayuno, contemplando y meditando. Su fortaleza estaba en poner en acción aquello que sabían. Me acerqué a ellos y vi que habían dejado de lado todas sus debilidades de  carácter producidas por el egoísmo, egotismo y la sombra de la inconsciencia. Habían formado un talento de ser serviciales, complacidos con su Señor y contentos con su estado. Me quedé en el distrito de los gentiles guerreros por muchos años. Me comporté como ellos y viví como ellos, viendo como actuaban y vivían sin dejar pasar un sólo momento en la inconsciencia. Aprendí a ser paciente y a tener dominio sobre mi mismo, y aprendí a estar contento y satisfecho con  mi suerte.

Combatí arduamente, día y noche con mi ego, pero aún  así estaba con el politeísmo de los tantos “yo” y “mis”, peleándose unos con otros, aunque sí, frente a un  sólo Allah. Esta enfermedad de shirk khafl, poner tantos “yo” como asociados a Allah, ensombrecía mi corazón, ocultaba la verdad y me mantenía aún en una cierta inconsciencia.
Consulté con los médicos del distrito, les rogué, contándoles de mi enfermedad, el politeísmo oculto, la horrible inconsciencia, la oscuridad del corazón y les pedí ayuda. Ellos me dijeron: “Aún en este lugar donde están los que combaten con sus egos, no existe cura para tus enfermedades, pues

“Y está con vosotros dondequiera  que estéis.” (Sura Hadid 57, 4)

Luego me aconsejaron que viajase en dirección al castillo de Mutma’ina, la Cuidad de la Paz y Tranquilidad. Cerca de esa cuidad había un distrito llamado Munajaat wa Muraqaba, súplica y meditación. Me dijeron que quizás allí habría un médico que pudiese curarme.
Cuando llegué al distrito de meditación vi a sus habitantes silenciosos y en paz, recordando a Allah internamente, recitando Sus hermosos Nombres. A cada uno de ellos  le había nacido un hijo del corazón. Allí estaban con sus cabezas inclinadas en presencia de su Señor, silenciosos, melancólicos, tristes, en un estado de humildad y veneración profunda. A pesar de que en sus apariencias exteriores se veían en estado de aniquilación y en ruinas, sus corazones brillaban y florecían.

Su manera de ser era gentil y cortés. Rara vez hablaban entre sí por temor a distraer la atención del otro de la presencia de Aquel en quién se sentían estar, y de estorbar al otro de su profunda meditación. Eran tan livianos como una pluma, pero aun así temían ser un peso para los demás.
Pasé muchos años en el distrito de meditación y contemplación. Viviendo como ellos, haciendo lo que ellos hacían, incluso pensé que finalmente me había curado de mi inconsciencia y politeísmo. Pero no estaba curado del oculto dualismo de “yo” y “El”, esto aún ensombrecía enormemente mi corazón.

Llorando a mares, desdichado y atemorizado caí en un extraño estado donde un océano de dolor me rodeaba. Deseaba ahogarme en este océano. No había otra solución más que morir. Pero no podía hacer nada, no tenía voluntad, ni siquiera para morir.
Estando allí desvalido, triste, en éxtasis, apareció el hermoso maestro a quien había conocido al llegar a estas extrañas tierras, el llamado Hidaya, el Guía. Me miró con compasión en sus ojos. “¡OH, pobre esclavo de sí mismo, exiliado en estas extrañas tierras! ¡OH vagabundo lejos del hogar! OH, pobre desdichado, no puedes curarte en este estado espiritual. Deja este lugar. Ve a ese lugar  cerca de la puerta del castillo de Mutma’ina. El lugar se llama ‘Fana’, auto- aniquilación.

Allí encontrarás doctores que se han aniquilado a sí mismos, que no tienen ser, que conocen el secreto de fa-afnu thumma afnu thumma afnu fa-abku thumma abku thumma Bakú,   “No seas, no seas, no seas, para que así seas, para que así seas, para que así seas para siempre.”
De inmediato me dirigí al distrito de la aniquilación. Vi a su población, muda, sin habla, como muertos, sin fuerzas para pronunciar ni una palabra. Habían dejado de esperar algún beneficio del hablar y estaban listos a dar sus almas al ángel de la muerte. Les era indiferente el que yo estuviese allí.
No vi que realizaran ninguna acción aparte de sus rezos cinco veces al día. Habían perdido el concepto de separación entre este mundo y el Mas Allá, lo habían olvidado. El dolor o la alegría  les era igual. No tenían deseos de cosas materiales ni espirituales. No había pensamiento que los preocupara. No recordaban nada, ni esperaban nada. Toda necesidad y deseo era algo extraño para ellos. Incluso habían dejado de pedir a Allah.

Me quedé con ellos por muchos años. Haciendo lo que ellos hacían. Parecía como uno de ellos, pero yo no conocía su estado interno, entonces no podía hacer lo que ellos internamente hacían.
Aún en ese lugar entre ellos sentía gran pesar. Sin embargo cuando quería describir los síntomas de mi enfermedad, no podía encontrar un cuerpo  o alguna existencia, como para decir: “Este es mi cuerpo” o “Este soy yo”. Entonces me di cuenta que aquello que era “yo” era en realidad el dueño de mí. Entonces supe que decir: “Ese ser es mío” es una mentira, y para todos es un pecado mentir. Me di cuenta que pedirle al verdadero dueño lo que era “mío” era el politeísmo oculto del cual había deseado deshacerme. ¿Entonces que debía hacerse?

Con estupor vi que estaba libre de todos mis deseos. Lloré y lloré. En mi desesperación si Lo llamaba a Él diciendo: “OH Señor” entonces había de haber dos, yo y Él, yo y Aquel a Quien pedía ayuda; el que desea y el Deseado, el que requiere y el Requerido, el amante y el Amado. No conocía remedio alguno.
El desconsolado lamento atrajo la compasión del ángel de la inspiración, quien su Señor había encargado enseñar a los amantes. Con el permiso de su Señor él me leyó del libro de divina inspiración: “Primero aniquila tus acciones.”
Me entregó eso como un regalo. Al extender mis manos para recibirlo, vi que ya no había  manos. Era una composición de agua, tierra, éter y fuego. No tenía manos para tomar. No tenía poder para actuar.

Hay sólo uno que tiene poder, El Todopoderoso. Cualquier acción que ocurre a través mío, pertenece al Actor Absoluto. Todo poder, todo acto, se lo referí a Él, y dejé todo lo que me sucedía a mi o a través mío en este mundo. Sabía, pues  me lo había  enseñado el ángel de la inspiración,  lo que era la aniquilación de las propias acciones. Y toda alabanza se debe a Allah.
La prueba de la necesidad de desconocer las acciones propias en el camino a la verdad está en el verso del Sagrado Corán:

Qul kullun min ‘inda Llahi
“Di, todo (acción) viene de Allah.” (Sura Nisa 4,78)

Soy un iletrado y no se me ha enseñado, sin embargo Allah El Altísimo en Su manifestación de Suprema Verdad me ha dado la gracia, dándome la habilidad y poder para enseñar. Lo que se ha relatado aquí son acontecimientos que me sucedieron, experiencias que me llevaron a un estado mental y espiritual, y como se dice: al-halu la yu’rafu bil-qal, “los estados no pueden ser relatados con palabras,” no es posible expresar tales estados para que otros puedan apreciarlos o aún imaginarlos.
Entonces deseé con el permiso de Allah y con la ayuda del ángel de la inspiración, dejar mis atributos, aquellas cualidades que conforman la personalidad. Cuando miré, lo que vi no era mío. Cuando hablé, lo que decía no era mío, ni tampoco lo era el contenido. Totalmente imposibilitado, fui desconectado de todos los atributos, visibles e invisibles, que me distinguían a mí de todas las cualidades exteriores e interiores que había hecho de mi “yo.”

Con todo mi ser, sentir y espíritu me supuse a mí mismo como pura esencia. Luego sentí que aún esto era dualidad. ¿Qué debo hacer, qué relación debo tener con algo que no me pertenece? Nuevamente estaba desvalido.
Luego hasta mi esencia me fue quitada. Aún Lo deseaba, Lo anhelaba. Sentí el sentido de wa talibu ‘aynl ‘abdl, “Aquel que Me anhela es Mi verdadero servidor.” Ay de este yo en mi, no sé que hacer. Desvalido, espero la unión.
Wa Llahu bi kulli shay’in muhit, Allah Quien todo abarca, huwal-awwalu wal-akhiru waz-bahiru wal-batinu wa huwa bi kulli shay’in ‘allm, Quien está “antes del antes y después del después, y de todo lo evidente y todo lo oculto, y Él es Quien conoce todo.” Se manifestó en el secreto de mi corazón.
Aún así deseé que el secreto de mutu qabla an tamutu, morir antes de morir, se realizara en mí. OH, nuevamente esta oculta dualidad de mi y Aquel que anhelo. Esto tampoco puede ser la verdad.

¿Qué enfermedad es esta que da  punzadas de dolor cuando me muevo, cuando deseo, cuando anhelo, cuando pido ayuda, cuando rezo? ¿En que extraño estado he caído, tan difícil de resolver?
Impotente, le di todo esto a su Dueño y esperé en la puerta de la resignación en agonía de muerte, sin sentido, sin pensamiento o sentimiento, como si muerto, esperando que la muerte me llevara en cada aliento. Me quedé en ese estado no sé por cuanto tiempo.

Siguiendo el consejo istafld qalbaka, “Pregunta a tu corazón,” le dije a mi corazón que me enseñara. Dijo: “Mientras exista una pizca de ti en ti, no podrás escuchar el llamado de tu Señor, Irji, ‘¡Ven a Mí!’
Si un gato se cayese en una cantera de sal y se ahogara en ella y con el tiempo su cuerpo se convirtiese en sal, si un sólo pelo quedase, ¿Podría la sal servir para comerla? ¡Cuan a menudo los teólogos debaten y discuten estas cosas! Algunos dicen que a pesar del único pelo la sal está limpia, que el cadáver del gato es ahora sal; algunos dicen que un sólo pelo es como si el cuerpo completo del gato estuviese, por lo tanto la sal está sucia y no puede comerse.
Sentí la verdad de esto y deseé que aquel vestigio de mí en mí muriera. Sumergí ese vestigio en beatitud divina. Un éxtasis me sobrevino, de mí hacia mí, sobre aquello que era mío, cubriéndolo todo, con una sensación que es imposible describir. Sin oído, sin palabras, sin letras sentí la invitación: Irji, “Ven.”

Intenté pensar: “¿Que es este estado?” Mi pensamiento no podía dilucidar. Se me dio a conocer que el pensamiento no puede pensar sobre el secreto sagrado. Incluso ese conocimiento me fue arrebatado, tan rápido como había llegado.
OH buscador, lo que aquí se ha dicho no es para probarte cuanto sé. Por lo tanto sólo se dará a conocer después de que me haya ido de entre ustedes. Es para el beneficio de los buscadores de la Verdad, los amantes que anhelan al Amado, para que les ayude a conocerse a sí mismos y que puedan saber en cual de las ciudades por las que viajé se encuentran; y saber con cuales ciudadanos han hecho amistad. Si conocen su lugar sinceramente, actuarán en consecuencia y sabrán la dirección de la puerta para complacer a Allah, y darán gracias. Ojala  recuerden a este faqir, el que ha escrito estas palabras con una pequeña oración.
Que la paz y las bendiciones de Allah estén con el autor original de estas palabras.

***Al-Fatiha***

Mis queridos hijos, Hz. Pir Sha Naqshband, el sheik a quien estas palabras pertenecen, dijo: “Un derviche sincero viajando en el camino de la verdad  a menudo debiera comparar su ego con aquel del Faraón y verse a sí mismo cien mil veces peor que él. Si un derviche no siente esto, no puede estar verdaderamente en este camino.”

Se dice que quien se ama a sí mismo esta aquejado con cuatro cosas desastrosas: arrogancia, envidia, deshonor y finalmente de ser detestable aún a los ojos de la plebe.

Hz. Sheik Sari al-Saqati dice: “La mayor fortaleza y el mayor coraje se manifiestan en aquel que ha vencido a su ego hasta someterlo.”  Hz. Nisapuri (q.s.) dice: “Quien sea capaz de eliminar la sombra que deja su ego en su vida, se convierte en un beneficiente protector, bajo cuya sombra otros buscan refugio.”

Hz. Sezai (q.s.) dice: “Quien actúa bajo las órdenes de su ego está en un permanente dolor espiritual. Quien entrega su pequeña voluntad a cambio de la gran voluntad de Allah, y espera en la puerta para complacer a Allah, siguiendo Sus instrucciones, está, de hecho, en el Paraíso.”

Que Allah los llame y los acepte en Su Paraíso en este mundo y en el Más Allá.

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