Bismillahir Rahmanir Rahim.
Ustedes recordarán que el sábado pasado estuvimos hablando de estos cuatro niveles que nos separan de aquello que queremos lograr. Y utilizamos como analogía una fruta, una nuez si se quiere, que tiene cuatro capas.
Para llegar de esta capa exterior a la fruta que quereos obtener hay un trabajo intenso que cada uno de nosotros debe hacer, que nadie más puede hacer por nosotros, de la misma manera que ninguno puede hacer el salat de otro.
Este trabajo es un trabajo interior. Es una lucha que requiere de un esfuerzo constante en cada instante de nuestra existencia, y utilizamos como ejemplo esa capa exterior diciendo que esos son nuestros sentidos.
Allahu Ta´ala no ha puesto nada en nuestro ser que no cumpla una función positiva e irremplazable.
Si miramos a los sentidos de esa manera vamos a pensar en que si saltáramos directamente de los sentidos a establecer un contacto con nuestra alma nos evitaríamos todos estos problemas de la multiplicidad y de ver mucho en el Uno. Pero no es posible hacerlo.
Los sentidos nos permiten conectarnos con esto que existe a nuestro alrededor.
Esa multiplicidad es la que nos permite dar los pasos iniciales de nuestra existencia física.
Conectarnos con otros seres humanos, permitir hablar, comprender, tocar, saborear, oler, oír, ver.
Islam nos dice Lā ‘ilāha ‘illā-llāh: Nada existe sino Allah. Pero yo miro hacia el cielo ¡Astagfirullah, Astagfirullah, Astagfirullah! Y veo cientos de miles de estrellas. Miro a mí alrededor y veo cantidad de insectos afuera, en el parque.
Veo flores y colores de tantas formas y sombras que son indescriptibles en su cantidad.
Sin embargo todo es Él, todo a Él le pertenece.
Pero nuestro comienzo es en ese estado, de asociarnos primeramente con aquello que nos rodea. Luego, una vez que comprendemos nuestra misión en esta parte de la trayectoria del alma, en la parte terrenal, debemos comprender que algo maravilloso ha ocurrido, como decíamos antes. La incorporación de algo temporal que tiene un comienzo y tiene un fin, con algo que es eterno, aquello que habita en algún lugar de nuestro ser, y que llamamos el alma.
Y es lo que Allahu Ta´ala le dio al primer hombre Adán (as) cuando sopló Su aliento, y esa masa de barro en forma humano de pronto cobró vida.
Entonces, si damos esos pasos iniciales sabiendo que debemos llegar a otros niveles en nuestra búsqueda, y tenemos la sed de buscar, veremos que la imaginación es la segunda capa, la que continúa, a la que llegamos por medio de los sentidos.
Decimos que la imaginación es la representación de la verdad, ¿por qué? Porque en la imaginación habitan los sueños, pero éstos se encuentran constituidos por elementos vistos y adquiridos a través de los sentidos.
No podemos imaginar o soñar algo que jamás hemos visto. No es posible hacerlo, inténtenlo y verán que el ser humano no posee dicha capacidad.
Si alguno lo puede lograr me avisa, me tomo un avión y voy a besarle los pies.
Es decir que los sueños están compuestos de todo lo que nos rodea, y nosotros los matizamos con deseos, con anhelos, con objetivos, con algo o alguien que nosotros deseamos poseer. Sigue siendo una ilusión.
Están compuestos de las fibras de nuestro cerebro. ¿Y por qué decimos que es waswasa, por qué decimos que es ilusión? Simplemente porque en el estado de imaginación no podemos discriminar, no podemos decidir lo que es correcto de lo que es incorrecto, lo que es halal de lo que es haram.
Habitamos en ese mundo de ilusiones, pero si pasamos a través de ese nivel entonces tocamos la tercera capa, la tercera cáscara: la inteligencia.
La inteligencia nos permite discernir. Y digo “nos permite” porque está dentro de las posibilidades, dentro de las cualidades de ese estado de la inteligencia hacer y activar el discernimiento. Lo cual no significa que actuamos siempre de acuerdo a lo que la inteligencia llega a deducir para nosotros.
El Profeta (saws) dijo: “Aquel que no tiene inteligencia no tiene religión”. Pero él no hablaba de la inteligencia que nos dice cómo cruzar la calle si hay agua para moverse hacia otra zona que se encuentre seca. Él hablaba de la inteligencia espiritual.
Porque la inteligencia nos permite la interpretación de la verdad. Eso es posible en ese estado.
Es decir que podemos apreciar lo que es correcto de lo que es incorrecto, lo halal de lo haram y viceversa: lo que llamamos justicia. Pero la justicia requiere de sacrificio.
Ustedes recordarán una historia que les relaté el sábado pasado.
Pero ese día nuestro hermano Ramadán no estaba así que la repetiré para él insha´Allah y ruego que estas historias, estos comentarios lo ayuden en lo que usted busca en esta existencia terrenal insha´Allah.
Un día Hz. Moisés (as) estaba sentado fuera de su casa, en el jardín. Y de pronto se le apareció un ratón de gran tamaño, y se le metió en la manga de su vestimenta. Y allí se refugió.
Moisés (as) no se molestó, sólo lo miró. Y en ese instante llegó un halcón que se posó en una rama frente a él.
Entonces el halcón le dice: “Ia Musa, tú tienes algo que me corresponde, algo que me pertenece.” Y él le pregunta: “¿Qué es lo que yo tengo que te pertenece?” El halcón responde: “El ratón que está escondido en tu manga, quiero que me lo entregues.”
Y Hz. Moisés (as) de pronto se encuentra con un dilema. Pues el halcón tenía el derecho al ratón. Es la ley, lo que Allah (swt) estableció en la tierra.
Al mismo tiempo el ratón había ido a refugiarse en él para que el otro no se lo llevara. Y Hz. Moisés (as) dijo: “¿Qué hago?” Entonces mira al halcón y le propone: “¿Tú aceptarías que yo te dé un pedazo de carne del tamaño de este ratón y lo dejarías vivir, te irías contento?” El halcón contesta: “Sí. Siempre que el pedazo de carne sea tuyo”.
Allí el dilema se convirtió en un problema mayor, porque ¿qué es lo único que es nuestro? Es nuestra carne.
Así que Hz. Musa (as) dijo: “Eyvallah”. Buscó un cuchillo y estaba a punto de cortarse una parte su muslo para dárselo al halcón, pero justo en ese momento el halcón y el ratón se convierten en ángeles. Le dijeron: “As Salam ´alaykum ia Musa, Allah te envía Sus Salams”.
Estos son momentos importantes. En la tariqa el adab es, hablando de ser dueño de algo, “lo que es tuyo es mío, y lo que es mío es tuyo”.
Es decir que si yo estuviera en el dergah o en cualquiera de estos lugares con ustedes, y alguien viene a reclamarme una deuda y no tengo dinero, yo tengo derecho de levantarme poner la mano en el bolsillo de ´Ali o de Ismael o de Suleyman Baba o de cualquiera de los hombres que está allí. También de ir donde se encuentran las carteras de las mujeres y abrir y sacar la cantidad de dinero que necesito y pagar mi deuda. Somos una hermandad, ¿no es la raza humana una hermandad?
Pero en la tariqa esta es una regla de adab, y estoy seguro que hay unos pocos entre ustedes a los que no les molestaría en absoluto que yo saque todo lo que necesito y más. Pero hay otras u otros que no estarían tan cómodos diciendo: ¿qué hace revolviendo mis cosas? O por ahí meto la mano en el bolsillo de uno y por ahí tiene muchas cosquillas y empieza a saltar.
La cuestión es que el halcón estaba totalmente en lo correcto al reclamar su comida y Hz. Musa (as) también estaba en lo correcto en tratar de proteger a aquel que había buscado refugio en él, porque él era un mensajero, un profeta de Allahu Ta´ala.
Ésa es la inteligencia de la cual hablamos. Ésa es la inteligencia que Hz. Muhammad (saws) se refería cuando habló de aquel que no tiene inteligencia no tiene religión.
El uso de la inteligencia correctamente requiere de sacrificio. Y este es el límite de lo que la inteligencia puede nos dijo también nuestro Profeta (saws).
Por lo tanto, la inteligencia nos permite discernir pero muchas veces no actuamos y ahí está la palabra clave: “actuar” sobre el conocimiento adquirido.
Todos ustedes o la mayoría conoce la historia de Hz. Rumi (ks) cuando él era profesor en una universidad, tenía todo un séquito de estudiantes que lo seguía, como se hacía en la antigüedad, un ser muy importante en cada comunidad, especialmente del nivel de Hz. Rumi (ks)
Hz. Rumi (ks) iba caminando un día con su séquito de estudiantes, y había un burro que iba caminando a su lado, cargado con todos los libros que él utilizaba para enseñar. En eso se le aparece otro santo, Shams -i-Tabrizi (ks), y lo mira, detiene la caravana, se dirige hacia el burro, desató lo que mantenía los libros sobre el burro y los tiró al agua. Lo mira a Hz. Rumi (ks) y le dijo: “Bueno, ahora es el momento de comenzar a actuar de acuerdo a todo lo que has aprendido”. Es un extenso diálogo, pero cuando Shams -i-Tabrizi (ks) fue al agua, levantó los libros totalmente secos y los colocó nuevamente sobre el burro.
A partir de ese momento Hz. Rumi (ks) se convirtió en estudiante de Shams-i-Tabrizi (ks). ¿Por qué? Porque él le habló del próximo nivel, del que está más allá de la inteligencia, y es el área del corazón. El lugar donde el aliento de Allahu Ta´ala reside en cada uno de nosotros.
Allah (swt) quien no cabe en toda Su Creación, ni en los cielos ni en la tierra, puede habitar en el corazón del creyente que limpia su casa.
Es decir, que eso que existe dentro de nosotros es un recipiente. Un recipiente de amor. Un recipiente del amante que desea llegar al Amado. ¿Cómo hacerlo? Limpiando ese recipiente, limpiando esa casa. Quitando todas las basuras que se acumulan del mundo y de nuestra existencia en ese lugar.
¿Cómo lo hacemos? Con rezos adicionales, supererogatorios, dhikr recordando a Allah (swt) para que Él nos diga entonces que si Mi siervo hace esto Yo me convertiré en los ojos con los cuales él ve, la boca con la que habla, los oídos con los cuales él oye.
Remover aquello que nos rodea no es fácil.
Un día alguien fue a visitar a Hz. Ibn Arabi (ks) cuando él ya vivía cerca de Damasco, y le dice a uno de los asistentes de Hz. Ibn Arabi (ks):“Por favor pídale al sheikh permiso para hablar con él, porque tengo mil verdades y quiero charlar con él”. Y Hz. Ibn Arabi (ks) le dijo a su asistente: “Por favor dile que se vaya, porque si tiene mil verdades para hablar debe tener mil dudas también”.
Queremos alcanzar algo ¿Realmente deseamos eso?
Un buscador ve al amor de su vida. Ella era increíblemente bella. Y él hace todo lo posible, con el correr del tiempo, para ponerse en contacto con ella.
Finalmente, tras mensajes y esto y lo otro, ella se asoma para ver si él pasaba y se quedaba teniendo la esperanza de verla, y le dice: “Oh, tú que tanto me amas, ven esta noche. Esta es la noche de la unión.” En ese momento cuando oyó esas palabras él estaba tocando el cielo. Salió corriendo, fue a su casa. Se bañó, se puso sus mejores ropas, se perfumó, estaba buscando qué regalo podía llevar.
Había oscurecido, iba con su regalo en la mano todo perfumado a golpear la puerta de su amada.
Y cuando llega e iba a golpear la puerta, de pronto se pone a pensar: “Si ella me pregunta quién soy, y yo respondo que yo soy yo ella puede llegar a decir: Bueno si tú eres tú y has llegado hasta aquí siendo tú, entonces tu tú no te permite que te unas a mí. Vete, porque tu tú es suficiente para ti.” Y se quedó pensando.
Al rato dice: “Pero si ella me pregunta quién soy yo, y yo digo que yo soy tú, ella puede llegar a decirme: Bueno, pero si tú eres yo, yo ya vivo acá, y es suficiente para mí. Así que no necesito tu tú. Vete”. Y se quedó como tantas veces nos pasa en la vida, con unas terribles dudas, y se marcha en búsqueda de un maestro, un sheikh. Y le cuenta lo que le sucedió, acerca de los pensamientos que lo acosaron, y que nunca golpeó la puerta, nunca le dijo a su amada que él estaba ahí. Así que el sheikh le dice: “Evidentemente tú no la querías tanto como piensas. Si realmente la hubieras amado de verdad, hubieras derribado la puerta y hubieras entrado”.
Hay otra más, una historia que creo está en el Masnavi, si no me equivoco me la relató una vez mi hermano Sefer Baba.
Esta historia es sobre Ayaz, un siervo que era muy inteligente, muy hermosa persona, por dentro y por fuera. Un hermoso ser humano en todo aspecto.
El sultán para el cual él trabajaba, un día lo mira y le dice: “Ia Ayaz, ¿quién es más hermoso, tú o yo?” Ayaz se quedó pensando, lo miró y le dijo: “Ia sultán, yo soy más hermoso que tú”.
Ayaz no podía mentir. Hay que pensar quién era el rey y quién era el esclavo.
Entonces el sultán le dice: “¿Cómo has determinado eso? ¿Acaso te has mirado en un espejo? ¿Por qué no vamos los dos a mirarnos en un espejo a ver quién es más hermoso?” Y Ayaz le responde: “Señor, soberano mío, no podemos hacer eso. Porque los espejos distorsionan, no nos muestran la verdad”.
Si uno se mira en un espejo el lado derecho es el lado izquierdo en nosotros, y viceversa. Es decir que no está mostrando la verdad.
Y el sultán pregunta: “¿Cómo vamos a averiguar la verdad?” Y Ayaz le dice: “Podemos hacerlo si nos fijamos en nuestros corazones, en el espejo de nuestros corazones”. El sultán dice: “Bueno, vamos a hacer eso”.
Se ponen a meditar durante un breve tiempo cada uno, y el sultán pregunta: “Ia Ayaz, ¿Has visto quién es más hermoso en este momento?” Y Ayaz dice: “Sí. Yo”. El sultán: “¿Y cómo has determinado eso?” Ayaz responde: “Porque miré en el espejo de mi alma y lo vi a usted”.
Allah (swt) ha creado eso que necesitamos limpiar con Sus propias manos, simbólicamente hablando, y luego dio Su aliento para que tome vida.
En el corazón de Ayaz el Amado y el Amante se habían convertido en Uno. En el corazón de Ayaz habitaba Allahu Ta´ala, por supuesto.
Es decir, en este último reducto del cual estamos hablando, ese corazón, esa parte espiritual nuestra, lo único importante es quién lo habita.
En otras palabras, tenemos que honrar aquello que nos han dicho: que lo limpiemos para que Su dueño pueda entrar y habitarlo. Y cuando todo eso desaparece entramos en el estado de Fana Fillah.
No hay que confundir estas estaciones que son puntos de descanso en el trayecto de búsqueda del Creador, con estados permanentes o estados no-reales.
Hay muchos de nosotros, especialmente en tasawwuf, que porque hacemos rezos adicionales, ayunos adicionales, y porque vamos al Hajj diez veces, y hacemos esto y lo otro creemos que estamos en estado de santidad.
Si creemos eso, sin ninguna, ninguna duda, no estamos en ese estado.
Porque eso es algo que se ve con los ojos del corazón, no con los ojos que habitan en nuestra cabeza.
Cuando Allahu Ta´ala creó el Trono miró a los ángeles y les dijo: “Necesito que ustedes lleven Mi Trono en vuestros hombros. Pero sé lo que van a decir. Que aquellos que están en la tierra son muchos más. Pero no tienen el poder para llevarlo”. Y los ángeles lo intentan pero no pueden.
Entonces se les pide a los arcángeles que lleven el Trono. Así que los arcángeles lo toman, se lo ponen en los hombros y lo van llevando.
Y sin hablar entre ellos pensaban: “Los habitantes de la tierra no pueden llevar el Trono de Allah, los ángeles no pudieron, pero nosotros sí”.
Allahu Ta´ala los detiene y les dice: “Miren hacia abajo”. Ellos miran y ven que no tenían pies. Es decir que quien estaba llevando todo era Allahu Ta´ala.
Y así es nuestro camino.
Cuando podamos cargar el trono de esta vida, de nuestra existencia, de nuestra religión, cuando rezar no sea un esfuerzo, sino un camino de amor. Un deseo que nos lleva de las narices, que no podemos resistir, de la misma manera que el buey no puede resistir cuando el dueño tira de la soga del anillo que tiene en el hocico.
La diferencia es que nuestro anillo está atado a la cuerda del amor hacia el Creador. Y queremos rezar, y queremos estar más cerca de Él, queremos servir a Su Creación, queremos ser útiles a Su Creación.
Ése es el principio del camino. Todo lo que suceda anteriormente son pasos iniciales.
El principio de camino de retorno es cuando nuestro amor por Allahu Ta´ala nos empuja cada vez a hacer algo más, cada día decir Bismillah antes de hacer algo, cada día servir con nuestro ser.
Mientras eso no habite en nuestros corazones estaremos en una de estas otras posiciones intermedias.
As Salam ´alaykum wa rahmatullah wa batrakatuh.
Sohbet Sheij Orhan Baba – sábado 28-1-2017 – Los niveles del alma – Parte II