El Recuerdo del Aroma de Dios

 

 

Bismillahir Rahmanir Rahim

 

Hubo una vez, en una ciudad, un khalifa que tenía dos Visires, dos Primeros Ministros, y no se sabía cuál de ellos era el más refinado, el que tenía mejor gusto, el más exquisito en su comportamiento con la gente, el más elegante, etc.

Finalmente, aquella inquietud se transformó en una competición para los cortesanos, quienes decidieron pedirle al khalifa que permitiera una contienda directa y que estableciera las reglas de la misma. El khalifa propuso lo siguiente: “Lo que haremos, sin limitaciones, es que cada uno de ellos prepare un banquete y, el que de ambos prepare el mejor, será el ganador”.

El primer banquete fue algo increíble, una perfección total en todo, nada faltaba, la selección de los invitados y el lugar seleccionado para cada uno de ellos en la sala fue impecable, la decoración, las flores, las comidas más exquisitas, las mejores bebidas, etc., presentadas en conjunto con danzas y poesía. Al finalizar la reunión, todos los comensales coincidieron: “Nada puede ser mejor que este banquete ni nadie podrá superarlo, por lo tanto, este Primer Ministro es el ganador.” Por regla, el próximo banquete se realizaría a la semana siguiente y durante los días que subsiguieron al primer banquete se hablaba de cómo podría el otro Primer Ministro mejorarlo, pues sólo estaban preocupados en saber quién iba a resultar ganador.

Aunque ya habían decidido que era el primero.

Al llegar la segunda semana, sucedió que el banquete fue exactamente igual que el primero. Los mismos detalles, las mismas comidas, la misma música y poesía, las mismas exquisiteces y los invitados ubicados en los mismos lugares. Fue una repetición total y absoluta del primero. Por supuesto, los invitados estaban muy decepcionados. Nunca pensaron que iba a resultar así, que no hubiera cambiado absolutamente nada, que no hubiese originalidad. Y todos esperaban que apenas terminada la comida, el khalifa nombrara al Primero de los Ministros como ganador. Sin embargo, al finalizar la comida, el khalifa pidió la palabra, y dijo: “El banquete de hoy ha ganado, que las bendiciones de Nuestro Señor continúen lloviendo siempre sobre ambos Visires, pero en especial sobre este segundo, quien es el ganador”.

Y no hubo más comentarios. La gente no se atrevió a preguntar nada y pensaban que había sido un comentario sarcástico del khalifa. Esperaron que realizara alguna aclaración y que todo resultase como ellos pensaban. Pero el khalifa continuó como si nada hubiese pasado. Finalmente, el primero de los Visires, que había imaginado que era el ganador, se atrevió a preguntarle al khalifa: “¡Oh, mi Sultán! ¡Todos somos tus súbditos y besamos el piso en el cual tú caminas! ¡Tú eres el más justo de los justos e infalible en tus decisiones de justicia! Permíteme pedirte, en tu sabiduría ilimitada, que nos expliques las diferencias que hayas encontrado en ambos y así todos podamos llegar a aprender de esto.” El khalifa lo miró, y le dijo: “Con todo gusto te explicaré, aunque no sé bien qué decir, porque las razones son muy sutiles y escapan a una aclaración concreta. Todos nosotros hemos olvidado los momentos que hemos vivido una semana atrás, y el arte del Visir que organizó el banquete de hoy fue el de restaurar, a través de esta repetición, que parece hubiese sido un sueño, toda la magia de hace una semana atrás que ya había desaparecido de nuestros corazones. Había desaparecido de la misma manera que desaparece el perfume luego de un rato de estar posado en nuestra piel, que hasta incluso olvidamos el aroma.” Y continuó diciendo: “Lo que ocurrió esa primera noche simplemente ocurrió, estaba pasando en ese momento. El tesoro que nos deja este segundo banquete es el de revivir ese momento. Nos deja el tesoro de la memoria, del reconocimiento de lo que nos unió aquella noche”.

Muchas veces, el hombre no sabe porque dice: “Allah”. Algunos, los bendecidos, pueden decir: “Allah, Allah, Allah”, sin cesar, continuamente, y el Nombre Allah se torna algo muy dulce que sale de los labios. Pero tenemos que recordar que el shaytan nunca duerme, nunca descansa.

Una vez había un hombre de esos que decían: “Allah, Allah, Allah”, y hacían dhikr continuamente, mientras se les acercó el shaytan gritando: “¡Oye tú! ¿Por qué estás así repitiendo como un loro: “Allah, Allah”? ¿Acaso alguien te respondió? ¿Alguien te dijo: ‘Aquí estoy’?” El hombre le respondió: “No.” Entonces el shaytan continuó: “¿Y qué sentido tiene que continúes repitiendo el nombre Allah de forma casi inconsciente?” Esto le partió el corazón al creyente y cesó de repetir: “Allah, Allah”.

Esa noche, cuando fue a dormir, se le apareció Al-Khidr (as), diciéndole: “¡Oh, buen hombre! ¿Qué es lo que te hizo cesar de repetir el Nombre de Nuestro Señor?” El hombre le respondió: “He cesado porque en ningún momento hubo una respuesta de: ‘Aquí estoy’”. El santo le dijo, de la siguiente manera: “Allah dice: ‘Cuando Uno Me llama, repitiendo Mi nombre, Allah, Allah”, ello es en sí mismo Mi respuesta: ‘¡Aquí estoy!, ¡Aquí estoy!’ Porque si no Amara a Mi Siervo ¿cómo podrían sus labios Llamarme? En el momento en que le es permitido Llamarme está Mi respuesta: ‘Aquí estoy! ¡Aquí estoy!’”, de la misma manera que el fervor, la sed, el deseo, la necesidad de pronunciar Mi nombre es Mi Mensajero”. “Todos los esfuerzos, las contorsiones, las alegrías, las tristezas que haya pasado ese ser para llegar a ese momento fueron Mi llamado. Yo lo llamé y tuvo que hacer todas esas cosas para llegar a Mí. Ese esfuerzo, esas vicisitudes, fueron Mi llamado. Y fue ese llamado que lo liberó.”  “Entonces cada vez que diga: ‘Allah, Allah, Allah’, si tiene buen oído podrá escuchar también: ‘¡Aquí estoy!, ¡Aquí estoy!, ¡Aquí estoy!’”

Que Allah (swt) haga esas palabras de Al- Khidr (as) grabarse en nuestra memoria y en nuestros corazones, y quizás algún día cuando pronunciemos: “Allah, Allah, Allah”, nosotros también vamos a poder oír Su respuesta de: “¡Aquí estoy!, ¡Aquí estoy!, ¡Aquí estoy!”, Insha’Allah. Cuando tengamos vicisitudes, problemas, cuando ciertos sentimientos dominen a nuestro ser y sean un velo para el alma, recuerden también a ese segundo banquete.

Y recuerden que todos debemos tomar conciencia que esta multitud que vemos no existe, sólo Dios existe, si creemos en lo que decimos. Y si no creemos en lo que decimos o lo decimos con los labios solamente, entonces vamos a estar siempre velados, porque vamos a ver a otro, vamos a vernos a nosotros y a otra persona al lado. Y vamos a ver lo que no es bueno en esa persona y ni siquiera vamos a tomar conciencia de aquello que vemos en ella, aquello que reprochamos en esa persona, sólo podemos verlo y reconocerlo porque también tenemos exactamente lo mismo dentro nuestro.

Por supuesto, todas estas son palabras hasta que alguna vez, Insha’Allah, a fuerza de repetición: “La ilaha illa Allah”, van a tomar un verdadero significado y, cuando eso ocurra, va a ser imposible para nosotros ver algo feo, algo malo, algo fuera de lugar.

 

As Salam ‘alaykum wa rahmatullah wa barakatuh

Sohbet de Hajji Orhan Baba. “El recuerdo del aroma de Dios.” Domingo 1-11-2009